IV. La disputa en el núcleo del sistema.
Tenemos entonces que numerosos grupos de poder han entrado en una batalla a muerte por la reproducción, conducción y hegemonización del sistema político y económico en México. Esta batalla, una vez desarticuladas y erosionadas las reglas del viejo régimen posrevolucionario, se somete a unas débiles reglas institucionales de la democracia liberal. Esta disputa por una nueva hegemonía mantiene inestable al sistema en su conjunto. Esta disputa tiene efectos y tiene dos posibles salidas.
El efecto primordial de la batalla es que esta es una disputa que está destruyendo lo que queda de Estado y de Nación. Es una batalla depredadora por mercados y fracciones del poder estatal. Esa guerra, por poder y por dinero, como cualquier guerra, destruye todo a su paso, excepto el poder de la elite. Porque esta batalla puede reordenar a las facciones en disputa pero NO AFECTA la reproducción general sistémica, es decir al sistema de depredación capitalista. Mientras la batalla de arriba se realiza, el modelo de explotación, represión, desprecio y despojo continúa. Esta batalla entre unos y otros puede resultar de una manera u otra, pero el sistema de dominación continúa sin freno destruyendo pueblos, comunidades, ecosistemas y culturas. Esta guerra se desarrolla al interior del núcleo del sistema y en la cúspide de las clases políticas y económicas. Es, diciéndolo ortodoxamente una lucha intra-burguesa. Poco importa si una o varias cuentan con apoyo popular. No sería la primera vez en la historia de México que masivamente se apoyara a elites que no necesariamente representan a los de abajo, con tan malas experiencias y resultados históricos. Creer que esa batalla es la nuestra, es un sinsentido. Todos los que lo creen, sólo orbitan alrededor del núcleo del sistema, a la cola de una disputa a la que no están invitados.
Esta disputa irracional, destructiva, es la prioridad de los de arriba.
Para ellos dominar y controlar y ganar en la batalla de arriba es su máxima prioridad. La de todas las facciones y grupos. Consolidar una nueva hegemonía, una nueva dominación y por tanto nuevas reglas de reproducción política y económica es su necesidad más urgente. Le temen a las luchas que desde la periferia del sistema y desde abajo se vuelven cada vez más peligrosas. Pero en su balance estos son peligros secundarios, al menos por ahora. Por eso, el desprecio y la soberbia con que desde arriba se mira a las luchas de abajo. Por eso, al menos por ahora, la batalla no es frente a frente entre los de abajo y las elites. Esta guerra de arriba, sin freno alguno, deslegitima, erosiona y golpea las propias reglas que según ellos son la forma de dirimir sus conflictos. Es decir, las reglas del liberalismo político al que todas las facciones políticas dicen supeditarse y al que todos los grupos económicos dicen subordinarse. Erosionan por tanto la legitimidad y la legalidad de lo que queda del Estado. Y si a eso sumamos que las reglas formales del viejo régimen no se han ido del todo en el aparato estatal, ello provoca la peor crisis política en México desde hace 100 años. A esta batalla los de arriba y sus voceros le llaman democracia. Nosotros le llamamos crisis de la hegemonía dominante.
Esa crisis tiene dos salidas: la primera de ellas, quizá la más factible, es que las elites logren ordenar un nuevo grupo dominante, con pequeñas reformas que estabilicen al sistema en su conjunto. Reformas lo suficientemente grandes para cohesionar y consolidar a las elites a través de reglas liberales democráticas (los intelectuales dirían democracias consolidadas), pero lo suficientemente pequeñas para no poner en riesgo la reproducción del sistema político y económico.
Por eso, los locutores, los intelectuales, los medios de comunicación, los partidos políticos, los empresarios, todos, hablan de reformas electorales y de otras modificaciones que permitan sobrevivir al sistema político dominante. Todos gritan y vociferan por volver a la estabilidad porque saben del peligro que significa que el sistema se debilite aún más. Por eso esa fuerza centrípeta es enorme y atrae ya, a casi todo el aparato de la izquierda partidaria. Toda ideología de la obediencia a ese sistema político y económico dominado por las elites sólo ayuda a fortalecerlo. (y de ello hablaremos en la siguiente parte de este texto). Toda acción que busque reformas a ese sistema (el de ellos) puede, en efecto, lograr ciertas mejoras generales, a riesgo siempre, de perpetuar, alargar y legitimar al sistema dominante, cuyos dueños están en disputa, divididos, sin consenso y sin hegemonía.
Pero hay una segunda posibilidad. Mucho más lejana, difícil y riesgosa. A pesar de que como nunca en la historia las elites tienen más poder y dinero, quizá nunca como antes estuvieron tan divididas entre ellas – que es lo que hemos explicado en este texto- . La división hace que su propia ideología dominante se debilite. Y he aquí que en los últimos 15 años los movimientos antisistémicos y democratizadores han venido creciendo, madurando. Muchas veces silenciosamente. Muchas veces a contracorriente. La coyuntura –temporalmente- ofrece una oportunidad, un breve intervalo de unos años en el que las elites se encuentran más divididas que nunca.
Construir la(s) fuerza(s) que desde la periferia del sistema y desde abajo puedan desarticular la batalla de arriba y sus reglas, desarticulando su poder de dominación es una segunda posible salida a la crisis. Por eso es la hora de las definiciones y las estrategias se bifurcan de forma irreconciliable. Concentrar nuestra energía, nuestra fuerza, nuestra acción en una salida desde arriba que estabilice al sistema, y a la dominación o intentar construir desde abajo y a la izquierda y desde la periferia del sistema.
Hay que desarticular al poder dominante tanto político como económico, no pactar con él. No desde una visión ideológica o una estrategia antisistémica preestablecida. Estoy seguro que la única salida para la sobrevivencia de los pueblos, del mundo y de la naturaleza es arrasar con el poder dominante, a pesar de que hoy todo nos indique que eso no es posible. Desestructurar la dominación y no hacerla más vivible –para las clases medias- son las opciones que hay para elegir. Todo análisis de lo posible y de lo inmediato es en realidad una ideología de la estabilidad y de la conservación. Hacer todo lo que sea posible para acercarnos a ese objetivo, por más lejano que parezca es una decisión que muchos hemos tomado a pesar que corremos el riesgo de fracasar y postergar por mucho tiempo cualquier posibilidad de emancipación.
Para muchos, el camino está claro. Es abajo y a la izquierda. El camino es desmontar la explotación, el desprecio, el despojo y la represión pero también al sistema político que lo hace posible. Desarticular al poder dominante pero también la ideología que permite su poder y su cohesión. La alternativa es abajo y a la izquierda.
Diciembre 2006.
[1] Enrique Pineda es egresado de la carrera de sociología, integrante de jóvenes en resistencia alternativa. Organización adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona e integrante de la Otra Campaña iniciativa del EZLN.
[2] Hablamos aquí de hegemonía en la vertiente de Antonio Gramsci, no sólo como la capacidad de dominación sino también por la capacidad de convencer, de establecer consensos y de generalizar la propia concepción del mundo.
[3] Véase el trabajo de Guillermo Trejo, investigador del CIDE, Las Calles, las montañas, las urnas: notas sobre la participación social y la transición a la Democracia.
[4] Los 10 grupos económicos dominantes en México son esencialmente empresarios “mexicanos” que han impulsado una agresiva estrategia de trasnacionalización y de monopolización en cada sector que actúan.
[5] Carlos Ahumada recibió obras del Gobierno del Distrito Federal, y entregó miles de dólares en la mano a varios colaboradores cercanos a López Obrador, que fueron grabados por él mismo y luego entregados a los medios masivos de comunicación en lo que se conoce como videoescándalos durante 2004.
[6] La reciente disputa entre el Director del Banco de México, el empresario Carlos Slim y hasta el saliente secretario de hacienda Gil Díaz, apareció en todos los medios de comunicación en México.
[7] Accionista mayoritario de CEMEX, una empresa cementera que primero se adueño de una buena parte de las productoras mexicanas, para luego saltar a una expansión dominante en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos con una acelerada renovación tecnológica.
[8] López Obrador Andrés Manuel. Un proyecto alternativo de nación. Pag. 30. [9] Ibidem (pag. 42)
El efecto primordial de la batalla es que esta es una disputa que está destruyendo lo que queda de Estado y de Nación. Es una batalla depredadora por mercados y fracciones del poder estatal. Esa guerra, por poder y por dinero, como cualquier guerra, destruye todo a su paso, excepto el poder de la elite. Porque esta batalla puede reordenar a las facciones en disputa pero NO AFECTA la reproducción general sistémica, es decir al sistema de depredación capitalista. Mientras la batalla de arriba se realiza, el modelo de explotación, represión, desprecio y despojo continúa. Esta batalla entre unos y otros puede resultar de una manera u otra, pero el sistema de dominación continúa sin freno destruyendo pueblos, comunidades, ecosistemas y culturas. Esta guerra se desarrolla al interior del núcleo del sistema y en la cúspide de las clases políticas y económicas. Es, diciéndolo ortodoxamente una lucha intra-burguesa. Poco importa si una o varias cuentan con apoyo popular. No sería la primera vez en la historia de México que masivamente se apoyara a elites que no necesariamente representan a los de abajo, con tan malas experiencias y resultados históricos. Creer que esa batalla es la nuestra, es un sinsentido. Todos los que lo creen, sólo orbitan alrededor del núcleo del sistema, a la cola de una disputa a la que no están invitados.
Esta disputa irracional, destructiva, es la prioridad de los de arriba.
Para ellos dominar y controlar y ganar en la batalla de arriba es su máxima prioridad. La de todas las facciones y grupos. Consolidar una nueva hegemonía, una nueva dominación y por tanto nuevas reglas de reproducción política y económica es su necesidad más urgente. Le temen a las luchas que desde la periferia del sistema y desde abajo se vuelven cada vez más peligrosas. Pero en su balance estos son peligros secundarios, al menos por ahora. Por eso, el desprecio y la soberbia con que desde arriba se mira a las luchas de abajo. Por eso, al menos por ahora, la batalla no es frente a frente entre los de abajo y las elites. Esta guerra de arriba, sin freno alguno, deslegitima, erosiona y golpea las propias reglas que según ellos son la forma de dirimir sus conflictos. Es decir, las reglas del liberalismo político al que todas las facciones políticas dicen supeditarse y al que todos los grupos económicos dicen subordinarse. Erosionan por tanto la legitimidad y la legalidad de lo que queda del Estado. Y si a eso sumamos que las reglas formales del viejo régimen no se han ido del todo en el aparato estatal, ello provoca la peor crisis política en México desde hace 100 años. A esta batalla los de arriba y sus voceros le llaman democracia. Nosotros le llamamos crisis de la hegemonía dominante.
Esa crisis tiene dos salidas: la primera de ellas, quizá la más factible, es que las elites logren ordenar un nuevo grupo dominante, con pequeñas reformas que estabilicen al sistema en su conjunto. Reformas lo suficientemente grandes para cohesionar y consolidar a las elites a través de reglas liberales democráticas (los intelectuales dirían democracias consolidadas), pero lo suficientemente pequeñas para no poner en riesgo la reproducción del sistema político y económico.
Por eso, los locutores, los intelectuales, los medios de comunicación, los partidos políticos, los empresarios, todos, hablan de reformas electorales y de otras modificaciones que permitan sobrevivir al sistema político dominante. Todos gritan y vociferan por volver a la estabilidad porque saben del peligro que significa que el sistema se debilite aún más. Por eso esa fuerza centrípeta es enorme y atrae ya, a casi todo el aparato de la izquierda partidaria. Toda ideología de la obediencia a ese sistema político y económico dominado por las elites sólo ayuda a fortalecerlo. (y de ello hablaremos en la siguiente parte de este texto). Toda acción que busque reformas a ese sistema (el de ellos) puede, en efecto, lograr ciertas mejoras generales, a riesgo siempre, de perpetuar, alargar y legitimar al sistema dominante, cuyos dueños están en disputa, divididos, sin consenso y sin hegemonía.
Pero hay una segunda posibilidad. Mucho más lejana, difícil y riesgosa. A pesar de que como nunca en la historia las elites tienen más poder y dinero, quizá nunca como antes estuvieron tan divididas entre ellas – que es lo que hemos explicado en este texto- . La división hace que su propia ideología dominante se debilite. Y he aquí que en los últimos 15 años los movimientos antisistémicos y democratizadores han venido creciendo, madurando. Muchas veces silenciosamente. Muchas veces a contracorriente. La coyuntura –temporalmente- ofrece una oportunidad, un breve intervalo de unos años en el que las elites se encuentran más divididas que nunca.
Construir la(s) fuerza(s) que desde la periferia del sistema y desde abajo puedan desarticular la batalla de arriba y sus reglas, desarticulando su poder de dominación es una segunda posible salida a la crisis. Por eso es la hora de las definiciones y las estrategias se bifurcan de forma irreconciliable. Concentrar nuestra energía, nuestra fuerza, nuestra acción en una salida desde arriba que estabilice al sistema, y a la dominación o intentar construir desde abajo y a la izquierda y desde la periferia del sistema.
Hay que desarticular al poder dominante tanto político como económico, no pactar con él. No desde una visión ideológica o una estrategia antisistémica preestablecida. Estoy seguro que la única salida para la sobrevivencia de los pueblos, del mundo y de la naturaleza es arrasar con el poder dominante, a pesar de que hoy todo nos indique que eso no es posible. Desestructurar la dominación y no hacerla más vivible –para las clases medias- son las opciones que hay para elegir. Todo análisis de lo posible y de lo inmediato es en realidad una ideología de la estabilidad y de la conservación. Hacer todo lo que sea posible para acercarnos a ese objetivo, por más lejano que parezca es una decisión que muchos hemos tomado a pesar que corremos el riesgo de fracasar y postergar por mucho tiempo cualquier posibilidad de emancipación.
Para muchos, el camino está claro. Es abajo y a la izquierda. El camino es desmontar la explotación, el desprecio, el despojo y la represión pero también al sistema político que lo hace posible. Desarticular al poder dominante pero también la ideología que permite su poder y su cohesión. La alternativa es abajo y a la izquierda.
Diciembre 2006.
[1] Enrique Pineda es egresado de la carrera de sociología, integrante de jóvenes en resistencia alternativa. Organización adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona e integrante de la Otra Campaña iniciativa del EZLN.
[2] Hablamos aquí de hegemonía en la vertiente de Antonio Gramsci, no sólo como la capacidad de dominación sino también por la capacidad de convencer, de establecer consensos y de generalizar la propia concepción del mundo.
[3] Véase el trabajo de Guillermo Trejo, investigador del CIDE, Las Calles, las montañas, las urnas: notas sobre la participación social y la transición a la Democracia.
[4] Los 10 grupos económicos dominantes en México son esencialmente empresarios “mexicanos” que han impulsado una agresiva estrategia de trasnacionalización y de monopolización en cada sector que actúan.
[5] Carlos Ahumada recibió obras del Gobierno del Distrito Federal, y entregó miles de dólares en la mano a varios colaboradores cercanos a López Obrador, que fueron grabados por él mismo y luego entregados a los medios masivos de comunicación en lo que se conoce como videoescándalos durante 2004.
[6] La reciente disputa entre el Director del Banco de México, el empresario Carlos Slim y hasta el saliente secretario de hacienda Gil Díaz, apareció en todos los medios de comunicación en México.
[7] Accionista mayoritario de CEMEX, una empresa cementera que primero se adueño de una buena parte de las productoras mexicanas, para luego saltar a una expansión dominante en Latinoamérica, Europa y Estados Unidos con una acelerada renovación tecnológica.
[8] López Obrador Andrés Manuel. Un proyecto alternativo de nación. Pag. 30. [9] Ibidem (pag. 42)
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