México Poder Autónomo

miércoles, 2 de mayo de 2007

III. el poder económico dominante en disputa

El último elemento que mantenía la cohesión de la vieja hegemonía era su capacidad estratégica para complacer a la burguesía nacional a la vez que esta se mantenía aliada de la elite burocrática que dirigía al país. Esto era posible por el momento mundial que se vivió a lo largo de 50 años hacia el desarrollo endógeno, la guerra fría, y los estados de bienestar. Era posible además porque el poder económico “nativo” mexicano era lo suficientemente grande para obligar a la burocracia gobernante a darle concesiones, pero lo suficientemente débil para no insubordinarse ante la elite burocrática representada en el viejo partido-Estado. Por lo demás, durante varias décadas el poder económico no tuvo objeciones graves a la conducción que le aseguraba su crecimiento. La estabilidad se lograba por las concesiones populares a las masas controlada por el Estado pero también por la alianza de la elite burocrática con el desarrollo capitalista mexicano que nunca se detuvo. Con una mano se daban concesiones masivas y con la otra se aseguraba la reproducción y la acumulación capitalista.

Pero estas condiciones se desestructuraron, desarticularon y erosionaron a partir de la década de los 70, confluyendo con el crecimiento de los movimientos democratizadores y antisistémicos en México y con la llegada del neoliberalismo.

Primero, las condiciones de acumulación capitalista cambiaron globalmente.
Después el régimen dio señales confusas sobre su relación hasta ese momento armónicas con los poderes económicos locales (la nacionalización de la banca, las crisis económicas consecutivas). Pero quizá lo más importante es que las empresas dominantes habían comenzado un acelerado proceso de crecimiento que durante los 80 y 90 se consolidaría gracias a las reformas estructurales neoliberales. La elite económica se transnacionalizó y construyó imperios oligopólicos que le dieron un poder sin precedentes. [4]

Si antes la elite guardaba silencio y era precavida en su actuación política, el poder que hoy tienen los hiperpoderes económicos dominantes les permiten ser un actor que no quiere ni tiene porqué subordinarse al poder político. Más bien hoy tienen el tamaño para subordinar al poder político a sus intereses. Los grupos económicos dominantes empezaron a jugar desde hace tiempo políticamente, pero al contrario de lo que asegura la propaganda de la izquierda institucional el poder económico en México no es un bloque homogéneo. Con la erosión del viejo régimen y con el creciente poder de la elite empresarial, existen al menos tres contradicciones al interior de la burguesía “nacional”.

La primera de ellas es la posición en la pirámide de la acumulación que juega cada grupo económico. El neoliberalismo enriquece enloquecidamente a una elite, pero los damnificados no son sólo las clases populares sino también los medianos empresarios, muchos de ellos arrasados por la apertura comercial y otros disminuidos en su capacidad y poder. Estas franjas descontentas por supuesto quieren escalar en la pirámide de la acumulación y juegan local, regional y nacionalmente frente a las facciones políticas en disputa por una nueva hegemonía. Y no juegan de sólo un lado de la“geometría política” de la clase política sino con todas las facciones en disputa incluyendo a la llamada izquierda institucional porque esta ya es parte del Estado y gobierna un enorme segmento del país. Hay entonces una división entre el empresariado dominante y aquel que anhela serlo, este último, ávido de ser beneficiado por las estructuras partidarias de todos los colores y por los gobiernos locales y estatales de todos los partidos en todas sus necesidades publicitarias, de infraestructura, de abastecimiento. Así, este empresariado en ascenso busca a las clases políticas todas y es probable que para muchos de ellos su campo de acción sea el mercado “interno”, porque todavía no tienen el tamaño global de la elite económica en México. El caso Ahumada representa esta vinculación “íntima” entre el empresariado en crecimiento y la clase política, que en este caso fue la izquierda. Ahumada[5] es la regla y no la excepción en toda la clase política incluyendo a la izquierda partidaria.

La segunda disputa es la disputa capitalista tradicional. Es decir, una disputa por los mercados o por acaparar monopólicamente un servicio, un sector o un producto. Es decir, la competencia, muchas veces, regulada por el Estado. La disputa que hemos visto en México en los medios de comunicación en contra de los monopolios, no es una cruzada por el libre mercado, ni contra los privilegios de la elite económica. Es una disputa comercial que es llevada al ámbito político. Los grupos que desean abrir un mercado atacan al grupo económico dominante tratando de modificar la estructura legal que le permite su crecimiento y su acumulación sin freno.
Los grupos dominantes se resisten a perder su poder y también juegan políticamente. Esta es una disputa no por ser favorecidos por las clases política sino por controlar a las facciones políticas para cambiar, mantener o acelerar las reglas estatales que favorecen la acumulación de unos y no de otros. A esto debemos sumarle la disputa de burguesías “no mexicanas” y la presión de sus gobiernos por modificar las reglas estatales. La guerra verbal entre el titular del Banco de México y el magnate Carlos Slim representa esta disputa de mercados y reglas institucionales para la acumulación. [6]

Pero en la guerra por lo mercados han aparecido lo que yo denominaría empresarios radicales en ascenso. Este segmento de nuevos empresarios “radicales” en ascenso disputan sus diferencias con armas. Son la ultra del empresariado. Es el narcotráfico. Más que buscar concesiones de los gobiernos o controlar las reglas institucionales que controlan los mercados, estos empresarios radicales necesitan comprar la protección que asegure la reproducción y acumulación de sus empresas. Es decir, tienen una estrategia una tanto distinta al de empresarios en ascenso y al de los poderes económicos dominantes. Este segmento necesita comprar la protección de mandos medios y bajos de TODAS las policías donde sus empresas se desarrollan. Así que requieren jugar políticamente con las facciones políticas en disputa de forma local, porque unas u otras son más fáciles de controlar en una zona, en un municipio, en un estado y otras en otros lugares. Así, el narcotráfico trata de controlar e infiltrarse en capas bajas, locales y regionales de la clase política toda. Y hasta ahora lo ha logrado con gran éxito. Sin embargo como cualquier capitalista los narcotraficantes buscan controlar cada vez más mercados y esto lo hacen a balazos. En México esta disputa ha dejado más de 2000 muertos durante 2006 mientras municipios, regiones y estados gobernados por todas los partidos se cruzan de brazos porque sus mandos policiacos ya han sido comprados para que las empresas que comercian estupefacientes logren impunidad total. La narcopolítica es una necesidad del mercado.

Por último, la tercera división es el tipo de relación ideológica del empresariado dominante con las facciones políticas en disputa. Hay dos tendencias entre el empresariado. Algunos de ellos son fieles a sus alianzas con algún partido o grupo político particular. (por ejemplo el grupo MASECA con su larga lealtad al PRI y su ambigua relación con los Salinas, o el grupo Industrial Alfa, ligado a los legionarios de Cristo y al Partido Acción Nacional). Pero hay una segunda tendencia entre el empresariado, más flexible, que trata de estar por encima de las facciones políticas, incidiendo en cada una de ellas y permitiendo que gobierne uno u otro porque saben que tiene el poder suficiente para arrodillar a cualquier gobernante. Por eso es que Lorenzo Zambrano, el segundo empresario más poderoso en México[7] se pudo dar el lujo de declarar durante el proceso electoral que “López Obrador será un reto si se convierte en presidente...pero no una tragedia”. Por eso Carlos Slim apoyó la campaña del candidato de la izquierda con una aportación de 94 mil dólares, pero entregó una cantidad similar al resto de los candidatos. Por ello Emilio Azcárraga declaró que “la democracia vende bien y hay que apostar por ella, (porque) la democracia...es un gran cliente para la televisión.

El “candidato de los pobres” sabiendo que no se puede gobernar sin estos ricos, impulsó toda una estrategia para utilizar estas divisiones y asegurar si no el apoyo, al menos la anuencia del poder económico en México. Para construir una nueva hegemonía no basta el voto de sectores populares y clases medias, se requiere necesariamente de un segmento del poder económico dominante. Andrés Manuel López Obrador sabía desde hace mucho esto y trató de aprovechar todas las divisiones al interior de las facciones políticas en disputa y los grupos económicos en guerra por mercados, reglas estatales y favores gubernamentales impulsando toda una estrategia de acercamiento al poder económico. Les envío más de 400 cartas personales a la elite económica asegurándoles que mantendría la estabilidad macroeconómica y que no afectaría sus intereses. Impulsó varias reuniones a puerta cerrada con muchos de ellos. En una veintena de ocasiones durante su campaña aseguró que “no estaba contra los empresarios honestos”. Y hasta en su programa alternativo de nación hizo afirmaciones enteramente dirigidas al poder económico: “no sería sensato alterar el orden macroeconómico: debe haber disciplina en el manejo de la inflación, el déficit público y las deudas interna y externa, así como mantener estabilidad en otras variables…(ya que) la nueva estrategia económica debiera considerar, antes que cualquier otra cosa, el manejo técnico, no ideológico, de la política económica”.[8] Incluso para aquellos que buscan abrir al mercado energético, en su programa, les envió un guiño: “pero tampoco deberíamos descartar que inversionistas nacionales, mediante mecanismos transparentes de asociación entre el sector público y el privado participen en la expansión y modernización del sector energético”. [9] Desde el gobierno del Distrito Federal trató de aliarse con la industria de la construcción, con el sector turismo y otros sectores medios y altos del poder económico. Todo su gobierno fue una gran campaña electoral. Todas sus acciones de gobierno estuvieron encaminadas a lograr el beneplácito del poder económico.
Inclusive las populares tarjetas electrónicas destinadas a ancianos y madres solteras terminan beneficiando a las empresas de autoservicio, que son parte de la cúpula del poder económico en México.

Esta agresiva estrategia, tuvo éxito. Un par de meses antes de la elección los empresarios ya comenzaban los acercamientos con el próximo presidente “de izquierda” y muchos se resignaban sabiendo que podían sortear esta conducción política bien porque tienen el suficiente poder para imponerse o bien porque el propio candidato y su programa NO SIGNIFICAN ningún peligro para su reproducción económica. Sin embargo, el candidato conservador, Felipe Calderón, articuló a los segmentos duros (que tienen lealtad política) e impulsó una agresiva campaña que argumentaba lo contrario.
Ensoberbecido por el inminente triunfo, López Obrador no aceleró sus alianzas con sectores empresariales dudosos. Su larga estrategia de alianza con los poderes dominantes se debilitó y fue insuficiente. Calderón supo aprovechar esa debilidad. Una vez que Calderón es presidente “oficial”, los sectores que siempre guardaron lealtad a la derecha brindan por su triunfo y los sectores flexibles que no veían con malos ojos a López Obrador e incluso algunos que le dieron su apoyo corren a acomodarse con el nuevo grupo en el poder, incluyendo a todos los gobernadores del PRD. El poder económico se acomoda con todos los gobernantes, de cualquier ideología siempre y cuando no sean un obstáculo para la acumulación. Creer que las disputas entre los empresarios pueden ser una alianza para la izquierda es una posición pragmática pero también ineficaz. No hay empresarios progresistas. Creer en el acuerdo y la alianza con ellos desde la izquierda es, lo menos de decir, ingenuo y también, estúpido. EL PRD y el candidato de los pobres centraron su estrategia de crecimiento en organizar un electorado de centro basado en las disputas entre las facciones políticas y los grupos económicos. Al perder la cohesión de la posibilidad del poder presidencial, ese electorado de centro, sumamente moderado, le da la espalda a López Obrador y se acomoda con calderonistas, príistas y perredistas que ya gobiernan.

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