Radiografía de la dominación en México III y última
Enrique Pineda[1]
cebrion1@gmail.com
Si la hierba arde es porque está seca
campesino de guerrero
Puede consultarse la primera parte en
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43595, y la segunda accediendo
a: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=46962 Sus versiones como pdf
pueden descargarse en La Haine:
http://lahaine.org/index.php?blog=3&p=20404
El pacto de elites por el cual el cambio de régimen y la alternancia
fueron posibles en México, ha constituido una relación central basada en
la clase política. El proceso de reforma limitada que dio acceso al
Estado a la derecha e izquierda institucionales abrió la puerta para
incorporar a las elites políticas en ascenso y con ello asegurar la
gobernabilidad. Sin embargo es un pacto inestable. En los próximos años,
puede haber numerosos y nuevos reacomodos al interior de la clase
política. Ninguna de ellas significa transformación alguna en México. La
clase política ha entrado en una fase de estancamiento y decadencia, en
un proceso autorreferencial que constituye una relación política
“central” para medios, academia y poder económico.
Como hemos dicho, esta relación central está basada en el Estado liberal
democrático cuyas fronteras NO incorporan a los de abajo ni construyen
mediaciones importantes – como en el viejo Estado de bienestar- que
domestiquen a los movimientos antisistémicos. Esto constituye una
relación excluyente pero que goza de una legitimidad impresionante, sólo
explicable por los enormes aparatos ideológicos de propaganda de las
elites y de la academia dominante.
El poder y lo político desde esta visión – pactada entre las tres
fuerzas políticas en la década de los noventa con distintos grados de
cooperación – es una esfera estadocéntrica, nucleada en las
representaciones partidarias, centralizada en la clase política. El
monopolio de la decisión y del poder en una minoría ante los ojos de las
mayorías se vuelve legítimo. Todo lo político DEBE desarrollarse al
interior de este núcleo que goza de legalidad y legitimidad. Todo lo
demás es secundario, poco relevante, o hasta ilegal y debe suprimirse,
contenerse o ignorarse. Por ello, los movimientos antisistémicos han
sido empujados hacia una relación periférica admitida por la izquierda
partidaria, preconizada por los altos medios de comunicación, tolerada
con beneplácito por el mercado y teorizada y legitimada por los
intelectuales. Todos juntos miran hacia el núcleo de la dominación y
toda la energía sistémica se centra en hablar, pactar, incidir,
difundir, legitimar esta relación
central dominante a la que le llaman normalidad democrática.
La clase política, autista y autorreferencial, que cree en el pacto
liberal democrático percibe como su peor enemigo a la misma clase
política, y no a los movimientos y las resistencias. Si bien les teme y
las mira con preocupación, la disputa central es por recomponer el orden
estatal con una mayoría que asegure gobernabilidad. Ellos, y junto con
ellos los medios y la academia, no le conceden a los movimientos la
estatura para entrar a la disputa central. Para la derecha ni siquiera
son interlocutores válidos. La derecha institucional reconoce como
interlocutor a la izquierda partidaria, no así a los movimientos. Por
eso, la disputa de elites –hasta ahora- no utiliza la violencia y la
represión contra la izquierda partidaria. Ellos son parte del núcleo
dominante y el pacto de elite asegura cierta “civilidad” – que incluyó
el fraude, pero no el asesinato-. NO es así con los movimientos, que
son identificados como interlocutores NO válidos, como errores o
deficiencias
del sistema que deben ser controlados, reprimidos, ignorados y de ser
posible, eliminados. Son –para ellos- apenas grupos de presión, minorías
premodernas, grupúsculos radicales. Una parte de los movimientos analiza
que el principal adversario de la derecha son los movimientos. No lo son.
Es la izquierda institucional a la que le concede la existencia y la
interlocución. Los movimientos quedan entonces en una situación aún más
angustiante, expuestos por completo a una represión estatal que poco o
nada concederá. Pero esta ceguera e incomprensión de la derecha, tarde o
temprano, le costará caro, pues los movimientos están madurando y aunque
ahora chocan contra una muralla de desprecio, es probable que esta
energía social la desborde.
Por otro lado, la izquierda partidaria reconoce relativamente a algunas
de las resistencias y movimientos; pero lo hace igualmente desde una
relación central que las subordina a su propia lógica. La izquierda
partidaria puede consultar, hacer foros, abrir algunas diputaciones,
impulsar algunas reformas y compartir marginalmente el poder con algunas
dirigencias de los movimientos. Pero ellos, la izquierda partidaria, se
reconocen como la democracia misma. Consideran que el que ellos ejerzan
el poder es la demostración del cambio democrático. La izquierda
partidaria puede dar más concesiones, pero su lógica no mira hacia abajo
y hacia fuera de la clase política, sino hacia adentro y toda su energía
y su estrategia está destinada a consolidarse en el poder. Quienes
suspiran por los aparatos burocráticos de la izquierda partidaria y los
gobiernos estatales donde gobiernan, han perdido la brújula y la
crítica. Es claro que se ha consolidado una fuerza centrípeta sistémica
de
la que es parte la izquierda partidaria y es un camino sin retorno. NO
habrá recomposición alguna sino deterioro y mayor corrupción al interior
de esa elite en ascenso.
El pacto de elites tuvo un impacto profundo en las resistencias, la
izquierda y los movimientos antisistémicos. Desgarró a los movimientos y
organizaciones que decidieron orbitar alrededor de este pacto frente a
los que decidieron continuar resistiendo al poder y la dominación.
Las llamadas organizaciones no gubernamentales y la academia progresista
y de izquierda, durante los noventa, en el contexto de una sociedad
civil un tanto débil, con movimientos apenas germinando y frente a la
insurgencia de un actor determinante como el zapatismo, jugaron un papel
protagónico. Sin embargo, el espejismo engañabobos de la transición
democrática reordenó el rol que desempeñaban. Como siguiendo al
flautista de Hamelin, la mayoría de ongs, intelectuales y académicos
acudieron a girar en torno del poder y al pacto de elites. Las ongs
abandonaron la defensa de derechos para enclaustrarse en importantísimos
lobbys y comisiones con el Estado. Sustituyeron la educación popular y
la calle para prepararse a incidir en las políticas públicas, que por
supuesto, a nadie le importan, pero dan un aura de inclusión, diálogo y
legitimidad al Estado. Los intelectuales y académicos desde entonces,
construyen sesudas opiniones que hablan sobre fortalecer al Estado,
negociar
estratégicamente, y hasta proliferan que la democracia es posible dentro
del capitalismo. Nada de esto tendría importancia si estas elites de
centro-izquierda no fueran reconocidas como referentes de opinión en los
medios de comunicación. Con una importancia sobredimensionada
mediáticamente, estos actores han abandonado a las luchas de abajo y
fortalecen la relación central de la clase política y hasta “teorizan” la
periferialización de los de abajo: no tienen propuesta dicen unos, son un
buzón de quejas, son apocalípticos, radicales y soñadores dicen otros,
son sectarios y poco estratégicos dice alguno más, son deformaciones y
populismos del pasado dicen también. Cabe señalar que un puñado de
organizaciones civiles y académicos, se han plegado con los movimientos,
tomando postura con los de abajo.
La relación central de la clase política no significa una separación
total de movimientos y poder político. Lo que significa, es un poder
atractor impresionante que SUBORDINA a muchos de los movimientos
sociales a la lógica dominante- y de ello hablaremos más adelante-.
El pacto de elites sirvió a la vez como un embudo y como un filtro. Si
el movimiento que exigía democracia y libertad contra el viejo régimen
priísta podía convertirse en un verdadero peligro para el Estado, el
pacto de elites lo que indirectamente provocó es lograr mediatizar esta
enorme fuerza social y contenerla dentro de los parámetros de la
democracia de elites que vivimos. La conducción del viejo partido
oficial, la anuencia de la derecha y la relativa cooperación de la
izquierda partidaria sirvió a la vez como un filtro, no dejando entrar a
los movimientos más peligrosos o de carácter antisistémico. Dentro,
quedaron todos los movimientos que pudieron ser contenidos y filtrados,
orbitando alrededor de la relación central de la clase política y sus
instituciones. Fuera, quedaron quienes atentan contra la estabilidad de
la dominación, cuyas demandas profundas hubieran abierto una reforma
radical de la nación. Fuera quedó el zapatismo y con él, una pléyade de
movimientos, microresistencias, y nuevos sujetos sociales.
Esta percepción de la centralidad de la clase y el sistema político
(estadocéntrico, orbitando alrededor de la elite) ha desgarrado la
estrategia de los movimientos democratizadores, las resistencias y los
movimientos antisistémicos: mientras en los noventa el horizonte de la
democratización y el cambio de régimen pareció unir a las izquierdas
todas, a partir del cambio presidencial, y pasada la cruda de la
alternancia, las izquierdas y los movimientos se quedaron sin horizonte.
La alternancia se había logrado. Treinta años de lucha por la democracia
habían sido mediatizados y utilizados por la elite. Los movimientos y la
fuerza de abajo, le abrieron la puerta del poder a los de arriba, pero
ellos a su vez, les cerraron la puerta en sus narices. Sin horizonte de
lucha, pero en medio de la erosión del viejo régimen y de la decadencia
de las viejas relaciones corporativas y clientelares, las resistencias
han acelerado su maduración. Sin embargo, las izquierdas se
apresuraron – ortodoxamente – a proponer programas y proyectos de nación.
Pero no hay programa sin sujeto social. El zapatismo, por ello, ha puesto
el énfasis en las prácticas sociales alternativas y los sujetos y
movimientos que están luchando para luego generar desde abajo un programa
aglutinante, quizá de los proyectos más ambiciosos de los últimos
tiempos.
Por otro lado, frente a la pérdida de horizonte han surgido entonces
varias tendencias articuladoras entre la llamada “izquierda”: la primera
y dominante, que busca limar las aristas más filosas del neoliberalismo;
la segunda, tradicional, que busca el regreso del viejo pacto social y
sus beneficios, la tercera, que se considera antisistémica y
anticapitalista. Estas diferentes tendencias articuladoras son la
respuesta a la alternancia y al pacto de élites. Significan distintos
horizontes, una vez empujada la alternancia y demostrada también su poca
relevancia, y la falta de transformaciones significativas a favor de
los de abajo. A diferencia de la década de los 90, es improbable la
sinergia de estas articulaciones y tendencias, porque el horizonte de
lucha necesariamente los lleva a estrategias distintas.
Sin embargo, surge una paradoja: en contraflujo de la relación central
de la clase política, con la mayoría de los canales estatales atrofiados
para encaminar sus demandas y en medio de un feroz avance de las
relaciones dinerarias y de la acumulación por desposesión y de la
superexplotación, en México, los sujetos sociales está surgiendo,
creciendo y madurando.
La terca realidad ha venido a pararse en frente de la democracia de
pocos, con pocos y para pocos, que de manera insultante vocifera la
normalidad democrática. Abajo se sufre del avance de la depredación y
devastación del control territorial y de los recursos que impone la
intensificación de la acumulación. Ninguna clase política plantea
detener este proceso, en todo caso, unos proponen que se haga
“legalmente” y con cuidado y otros sin ningún freno. El control de
tierras, territorios y recursos y con ellos los mercados y la
acumulación han despertado innumerables resistencias por todo el país.
Esas resistencias, que no respetan clase, ideología, ni vanguardias,
surgen por todas partes. La realidad capitalista arrasadora, ha
reordenado el trabajo, las identidades, pero también ha atizado a las
resistencias y a sujetos y movimientos no tradicionales.
Esa realidad es indispensable analizarla. La realidad de los de abajo.
El recorrido nacional del EZLN en la otra campaña es un intento por
visibilizar a los de abajo y a la realidad de la periferia. Aquí cuatro
procesos que nos parecen fundamentales para entender a los de abajo, a
pesar de no ser los únicos.
I. Excluidos.
México se transformó en los últimos veinticinco años. Tres de cada cinco
trabajadores en México laboran sin ningún tipo de protección jurídica
sobre el empleo. (INEGI 2002) Es el nuevo precariado, mayoritario, pobre
o paupérrimo, intentando sobrevivir. De estos tres trabajadores, uno es
campesino, uno más es parte de la economía “informal” y el último,
aunque es trabajador en alguna empresa, está indefenso al ser contratado
por fuera de las normas legales. Estos trabajadores o bien laboran en
condiciones de superexplotación, o bien no son asalariados y trabajan
por su cuenta, o incluso, no reciben ingreso alguno como es el caso de
la producción de autoconsumo en miles de campesinos.
Trabajo infantil y juvenil, trabajo temporal, trabajo doméstico,
maquila, jornaleros agrícolas, comercio informal, producción de
autoconsumo, micronegocio, micro taller, bajísimos ingresos, cero
prestaciones, trabajo familiar sin remuneración, superexplotación o
autoexplotación, incertidumbre en el empleo, fácil despido, feminización
de la explotación, actividades riesgosas, trabajo a destajo y hasta
trabajo esclavo son sólo algunos de los rostros del precariado mexicano.
Esta franja es enorme: alrededor de 25 millones de trabajadores
pertenecen a lo que llamamos precariado: 9.5 millones es el sector
informal, 8.6 millones en trabajos formales pero sin protección legal
alguna, y poco más de 7 millones en el empleo agrícola no protegido.
Si nombramos lo obvio es por varias razones. La primera, es el efecto
desgarrador del tejido social, la identidad y el arraigo que este tipo
de trabajo provoca. La fragmentación debemos verla como una imagen que
remite a una mutiplicidad de sociedades, suerte de islotes,
caracterizados por lógicas sociales heterogéneas, que operan como
registros multiplicadores de la jerarquía y la desigualdad. (SVAMPA
2005)
La fragmentación infinita condiciona – más no determina- el tipo de
resistencia de esta enorme capa social. Que la resistencia surja en
ambientes de represión absoluta de la organización, en la
individualización y competencia de los mecanismos de sobrevivencia y en
la desesperanza absoluta parece sólo una quimera. Esto es un feroz
obstáculo –pero no insalvable- para la organización de la resistencia.
El efecto de expulsión y exclusión que ello significa es nuestra segunda
razón. Si bien buena parte del precariado se encuentra articulado de
manera subordinada a redes de producción económica dominantes tanto
“nacionales” como globales, lo cierto es que la exclusión del circuito
dominante de poder y producción económica estratégicas empuja a vastos
sectores precarios a una situación de indefensión y desposesión
insoportable. La mayoría de ellos y ellas se encuentran fuera de las
relaciones sociales integradoras del Estado. La forma industrial de
producción era también una forma de organización social, ligada
estrechamente a una forma de “Estado nacional”. Al desestructurarse y
reorganizarse este complejo sistema, miles quedan fuera de las redes de
bienestar que implicaban el llamado fordismo. Alcanzan, aunque sea
potencialmente, el mayor grado de desposesión. La cuarta guerra mundial,
de la que hablan los zapatistas, explicada como una guerra de conquista,
despojo y
expulsión para repoblar por la acumulación dominante, simple y llanamente
deja a millones sin estrecho alguno para sobrevivir.
Esto explica la respuesta de estampida, huida y expulsión representada
en la migración, pero también en el crecimiento del narcotráfico y otras
redes criminales. La situación de abandono y olvido combinadas con
ciertas dosis de control y neoclientelismo, mantiene mecanismos de
dominación relativamente efectivos sobre una población crecientemente
desesperada y radicalizada.
Aún ahí donde parece que no hay más que olvido y exclusión hay formas de
control y de dominio. La utilización de la pobreza y su creciente
demanda de bienes y servicios en un reconfigurado clientelismo de
partido, teje por todas partes, redes y clientelas con fuertes dosis de
corrupción en la gestión gubernamental donde se confunden partidos y
estado, cuadros gestores y funcionarios, dirigentes y diputados locales,
cacicazgos barriales o comunitarios y asesores y burócratas
gubernamentales. El pacto de elites al que le llaman transición a la
democracia no desarticuló muchas de las relaciones clientelares, más
bien, abrió el monopolio de control clientelar al que hoy accede
ampliamente la izquierda partidaria. Todos se sirven del clientelismo de
partido y la gestión como mecanismos de control y dominación con enormes
franjas de desposeídos. Si bien el acceso a prebendas se ha restringido
en las últimas décadas, el desvío de recursos, el tráfico de
influencias, el fraude,
la utilización pragmática de sectores populares siguen siendo la regla en
la forma de articulación con segmentos del precariado de TODA la clase
política con distintas dimensiones y mecanismos. Es una especie de nuevo
clientelismo neoliberal, o una mutación del modelo de dominación política
donde se construyen un conjunto de políticas asistenciales que invocan
una visión consensual o no conflictiva de la política.
En resumen, fragmentación, desgarramiento y devastación así como el
neoclientelismo-corrupción son las herramientas de la dominación en esta
enorme franja social. Los sin fama, sin poder y sin dinero se reúnen en
el precariado. Los que a nadie importan. Incluso a la izquierda: el
sindicalismo ha abandonado a su suerte a desocupados y precarios; la
izquierda ortodoxa no ve más que lumpenproletariado sin ningún potencial
“estratégico en la correlación de fuerzas”; y la izquierda partidaria
sólo ve intercambio directo de votos por favores si es que acaso logra
verlos. Esa es nuestra tercera razón.
Numerosas fisuras en la dominación se están abriendo. Luchando a la vez
por sobrevivir y contra la fragmentación y pulverización de la
resistencia. En medio de condiciones precarias, en medio de la represión
invisible para el país, con el abandono de la mayor parte de la
izquierda, pequeñas microresistencias surgen aquí y allá, desafiando la
teoría y la dura realidad, que pronosticaban que ahí nunca sucedería
nada. El crecimiento y la maduración de estas pequeñísimas fisuras -que
por doquier aparecen, se organizan y resisten- es fundamental.
Las imágenes de una joven mujer maquiladora, de un jornalero agrícola, y
de un joven comerciante en la calle son los símbolos de los trabajadores
precarios en México. Esta “nueva” reconfiguración es determinante para
entender lo que sucede en nuestro país y esencial para construir las
resistencias.
II. El dinosaurio sigue ahí. Incluidos pero subordinados.
Imaginemos por un momento que el viejo régimen era una faraónica
construcción cuyo material esencial era el corporativismo. Ese inmenso
edificio permitió incluir y a la vez subordinar a los trabajadores
sindicalizados en un proceso unificador y homologante que le daba
cohesión y sostén a la dominación y la hegemonía del régimen. Ese viejo
edificio –la relación corporativa- empezó a entrar en decadencia desde
hace tres décadas, y sin embargo se mantiene en pié. Aunque existen
numerosos cambios y reacomodos, las inercias aún mantienen viva la
estructura del edificio. De vez en cuando se desmorona una sección, o
nuevas y grandes fisuras se abren en el edificio. Pero hasta ahora no ha
colapsado.
Sólo uno de cada diez trabajadores en México está sindicalizado. Ello
debiera relativizar el poder sindical, que sin embargo, es muy alto por
el rol que jugaron en el pasado. De este universo sindical, seis
trabajadores de cada diez pertenecen al sector servicios y sólo cuatro,
son parte de la industria. Prácticamente todo el sector industrial sigue
controlado por las viejas centrales o confederaciones que durante 80
años han desmovilizado, despolitizado y controlado la organización
obrera. Aquí está claro que la democracia se detiene a las puertas de
las fábricas. En todo el sector industrial la contención, represión y
desarticulación de cualquier disidencia o forma autónoma y libre de
control de los trabajadores sigue siendo la regla, aunque cada vez con
mayor dificultad. A pesar de que cada vez es más difícil controlar el
voto de los trabajadores, -en el pasado forzado a apoyar al partido
oficial- aún mantienen a raya a las disidencias, y la libertad de
organización. No hay que menospreciar que en grandes y estratégicos
sindicatos como el de petroleros (aglutina alrededor de 28 mil
trabajadores), la domesticación a través de enormes y excepcionales
concesiones es el mecanismo -junto con la corrupción- de mantener
pacificados a los trabajadores.
Es en el sector servicios donde se han abierto mayores disidencias y
resistencias. (servicios de educación, investigación, salud y asistencia
social) Sin embargo lo que podríamos llamar un sindicalismo de
concertación en este subsector sigue teniendo como patrón al Estado.
Está claro que el sindicalismo con una fuerte historia de articulación
estatal institucionalizó su corporativismo y pagó caro con su libertad y
autonomía su subordinación. Pero también está claro que esta
subordinación fue pactada con beneficios directos a los trabajadores, en
particular, con la estabilidad del empleo, las condiciones generales de
trabajo, servicios sociales y seguridad social. (OSORIO 2004). Esto ha
creado un segmento de trabajadores relativamente prósperos, con grandes
diferencias con el precariado, con estrategias de resistencia –hasta
ahora- mucho más reservadas y con una estrategia reactiva al proyecto
neoliberal, por las implicaciones que tiene en la transformación de esas
condiciones de vida alcanzadas y convertidas en derechos.
Este sector de trabajadores es de alguna forma una isla de relativo
respeto a los derechos colectivos de los trabajadores, en medio de un
vasto océano de precariedad. Cuando el sindicalismo vocifera sobre los
peligros del neoliberalismo para los trabajadores quizá es demasiado
tarde, ya que la mayoría de los trabajadores ya laboran en medio de la
desarticulación y la sobreexplotación. La marea de desregulación en la
mente neoliberal debe seguir creciendo. Las reformas o modificaciones
legales a varios de los mecanismos de regulación de la relación laboral
o de seguridad social con el Estado, son los últimos vestigios de los
derechos de los trabajadores. La ofensiva ya ha cubierto la mayoría de
sus metas de desregulación. Cuando el sindicalismo vocifera que
defenderá a los trabajadores, quizá es demasiado tarde, porque la
mayoría de los trabajadores no fueron defendidos.
Sin embargo, el sindicalismo estatal es todavía enorme y es posible que
veamos importantes resistencias en los próximos años, bajo los límites
que hemos dibujado. La estrategia sin embargo, es limitada, ya que está
basada en defender una situación creada en el pasado, con tintes
gremialistas, confusa para el resto de la población y poco relevante
para la mayoría de los trabajadores, que ya laboran por FUERA de las
relaciones reguladoras y de seguridad que antes otorgaba el Estado y
que, hay que decirlo, nunca fueron universales ni incluyeron a toda la
población.
La capacidad de concertación de este viejo sindicalismo se ha reducido,
pero no desaparece. Las numerosas iniciativas para reordenar la relación
de este sindicalismo con el Estado, -todo ello en el ambiente
neoliberal- han generado numerosas reacciones y resistencias. Las
diferencias por la dirección y protagonismo en la conducción para
enfrentar estas modificaciones y la erosión de la relación orgánica que
se tenía con el Estado han comenzado a abrir fuertes disputas internas.
Muchas de ellas, son disputas al interior de las cúpulas sindicales y no
procesos de democratización y organización de los trabajadores. Son
reyertas por el botín de la representación que desembocan en diferencias
de filiación partidaria, pero de ninguna manera son diferencias del
proyecto de sindicalismo o de trasformación nacional. Confundir esas
disputas con un movimiento obrero es común.
Por otro lado, la sindicalización se encuentra concentrada en ciertas
regiones, otra razón por la que su poder nacional no es total, y por la
que existen otras formas de resistencia en numerosos estados del país.
La tasas más importantes de sindicalización se encuentran en la región
capital de México (Ciudad de México y Estado de México con el 27.31% de
los sindicalizados), le sigue la región Noroeste (Baja California Norte
y Sur, Sinaloa y Sonora con el 11.41%). El resto del territorio nacional
sufre de un bajísima sindicalización. Los llamados a paros nacionales
son, considerando este factor, un tanto panfletarios. Más del 50% del
sindicalismo se ubica en micro y pequeños establecimientos. Si agregamos
los medianos establecimientos, cerca del 64% del los trabajadores
sindicalizados son agrupaciones pequeñas, con mínima resonancia, poca
capacidad de movilización y con poco poder de negociación. (HERRERA
2003)
Aún así, a pesar de la relatividad del movimiento obrero tradicional,
existen numerosas y pequeñas fisuras en todo el entramado sindical.
Algunas, apenas sobreviven en medio de la disputa de las cúpulas
sindicales, otras más, conviven con el sindicalismo tradicional charro,
sin capacidad alguna de crecer, y otras resisten y trabajan por aumentar
el grado de organización, conciencia y autonomía. Son disidencias
pequeñísimas, que aquí y allá luchan a la vez, contra el neoliberalismo,
contra sus propios líderes y contra la inercia de una cultura política
sindical delegativa, poco participativa y con un profundo culto al
liderazgo y al personalismo. Estas pequeñas disidencias se han
multiplicado en los últimos años, despertando la participación, pero sin
ser, aún, grupos visibles. La maduración de estas microresistencias es
esencial, además, porque la izquierda más tradicional –hipermarxista o
ultramoderada, da igual – privilegia esencialmente la alianzas con
direcciones
corruptas y no el apoyo, acompañamiento y hermanamiento con las pequeñas
disidencias.
Finalmente, a pesar de la existencia de procesos de amparo jurídico y
algunas jurisprudencias, “El marco jurídico que aún rige en México las
relaciones de los trabajadores del sector público, mantiene vigente el
intervencionismo estatal en el derecho colectivo del trabajo,
restringiendo la autonomía e impone reglas de excepción”. (OSORIO 2004).
Está claro que el pacto de elites – del que hemos hablado a lo largo de
este texto – por el cual se mantiene aún la gobernabilidad, es sumamente
limitado y no incluyó ningún tipo de transformación social positiva. Al
analizar el sindicalismo es evidente que la supuesta transición
democrática no alcanza ámbitos más allá de lo electoral y parcialmente
el poder político. Ninguna reforma democratizante se ha realizado ni se
impulsa, bien por la propia resistencia del sindicalismo tradicional que
se opone a perder más poder, bien porque la prioridad neoliberal es
hacer retroceder aún más a los trabajadores organizados.
En resumen, el viejo sindicalismo ha entrado en coma, pero vive, lucha
por mantenerse con vida y su muerte no parece cercana. El
desmoronamiento de la estructura corporativa es más por falta de
mantenimiento que por desplome o por desarticulación por el impacto de
alguna reforma o movimiento democratizador. Al pequeño sector sindical
en la industria se le mantiene controlado o desarticulado y el
sindicalismo de servicios se encuentra a la defensiva y con disputas
internas en sus direcciones. El resto de los trabajadores se encuentra
diseminado y fragmentado, con poca resonancia. Donde la ortodoxia
izquierdista ve grandes posibilidades y movimientos de trabajadores,
nosotros vemos descomposición y disputa de las direcciones. Donde la
izquierda tradicional ve pocas capacidades estratégicas nosotros vemos
microresistencias y fisuras de la dominación.
III. Olvidados
El campo, en el viejo régimen priísta, era el laboratorio de la
dominación e intervención estatal para mantener la hegemonía a través
del pacto corporativo. El ejido fue una herramienta radical de
apaciguamiento del México bronco, rebelde, que siempre se resistió desde
el campo. Poco antes de la llegada neoliberal, en México y especialmente
en el ámbito rural persistía un estado superinterventor, autoritario,
pero inclusivo, que si bien ordenaba las relaciones orgánico-comerciales
de la mayoría del campesinado, también otorgaba concesiones importantes
para mantener el control.
Hasta el momento que México viró sus políticas económicas, se había
logrado controlar relativamente a los poderes locales que basados en el
intermediarismo y el coyotaje absorbían las ganancias del trabajo rural.
Esto se había logrado a través de un vasto entramado institucional y
burocrático que ligaba orgánicamente a las representaciones campesinas a
instituciones estatales intermedias y a través de ellas al acceso al
crédito, la asistencia y en general la intervención estatal, que salvaba
al campesino del coyote, pero lo incluía en su red de subordinación y
corporativismo.
Pero aquí el reordenamiento de la acumulación ha sido devastador. El
neoliberalismo arrasó con esa enorme y compleja estructura de
intervención estatal abandonando al campesino mexicano a su suerte. La
contracción estatal en un sector donde su presencia era determinante ha
sido arrasador. Ha reaparecido – aunque nunca se fueron del todo- el
intermediarismo y el coyotaje pero a ello hay que sumarle el crecimiento
de las empresas multinacionales, alentadas por el Tratado de Libre
Comercio con América del Norte. El campesino queda atrapado entre esas
dos fuerzas, unas locales-regionales y otras globales –en muchas
ocasiones articuladas entre sí- en medio de la caída de los precios
internacionales de varios productos agrícolas. Estas dos fuerzas
asfixian al campesino en la comercialización; la contracción del Estado
le quita el oxígeno a la producción y el despojo de tierras a través de
programas como el PROCEDE o el PROCECOM es el tiro de gracia para el
campesino.
En medio de estas condiciones, sólo los campesinos que elevaron la
productividad al máximo, que lograron reducir sus costos de producción y
donde los precios se mantuvieron competitivos lograron salir adelante.
Estos son una minoría de alrededor del 5% de los productores rurales. El
resto han sido desplazados del mercado y las importaciones los han hecho
a un lado. El modelo antes inclusivo pero subordinador en lo político,
ahora es excluyente, pero supuestamente “liberador” en lo político:
bienvenido a la democracia.
La negociación para abrir mercados sacrificó a la mayor parte de la
producción mexicana y junto con ella a los campesinos mexicanos. El 29%
de los campesinos son pequeños y medianos productores ejidales y aunque
tienen el 65% de la tierra en nuestro país, es difícil defenderse.
Generalmente productores de granos, han sido desplazados por las
importaciones, muchas de ellas provenientes de Estados Unidos. El 55%
del campesinado es minifundista, poseedores de unas 2 hectáreas de
tierra en promedio, que representa sólo el 10% de la tierra. (SALINAS
2004) Deben, para sobrevivir, combinar su trabajo productor de
autoconsumo como jornaleros – o en otras actividades precarias- en
condiciones difíciles de trabajo y por ello la línea divisoria con el
precariado es sumamente permeable. Aunque se posea la tierra, vivir de
ella se ha hecho casi imposible. El modelo los arroja, expulsa y empuja
hacia el precariado, la migración, o a las actividades del narcotráfico.
Esto crea una
división estratégica. Los primeros, con mayor tenencia de tierra, tienden
a luchar en el ámbito de la comercialización de sus productos y por tanto
la necesidad de gestión frente al Estado para recibir apoyos es
fundamental; en medio de una larga tradición corporativa y delegativa,
organizaciones gremialistas – ligadas a la izquierda partidaria o del
priísmo anquilosado – la gestión, ciertos clientelismos y hasta la
utilización partidaria son comunes. El resto –la mayoría- son productores
de autoconsumo, con menor articulación de la organización. El trabajo
temporal, migrante o jornalero impide mayor organización campesina. Su
situación es tendencialmente más desesperada y más inorgánica. Para ellos
el olvido y el desprecio es lo común.
Esta diferencia crea una división entre pobres y paupérrimos que la
izquierda tradicional ni quiere ni le importa ver. Los segundos también
han sido abandonados a su suerte, con la explicación de la dificultad de
la organización y otros pretextos, que ocultan la estrategia de una
buena parte de la izquierda que no lucha si no hay dividendos, y que se
le olvida la injusticia y la pobreza si luchar por los que la sufren no
aparece en los medios y no les permite negociar posiciones políticas.
IV. La autoderrota.
"Eres libre", nos dicen los poderosos y sus gobiernos: "puedes escoger
entre el garrote o la zanahoria" (subcomandante insurgente Marcos)
A río revuelto…
La erosión del viejo control corporativo ha provocado el inicio de un
parcelamiento del poder piramidal al interior de la organizaciones
campesinas, obreras y hasta populares en las que se sostenía el viejo
pacto hegemónico. Una batalla interna, entre priístas de todos los cuños
por la conducción del aún pesado aparato es resultado de la
descomposición y de la disolución de la disciplina que venía de arriba
hacia abajo desde el presidencialismo.
Al igual que en la clase política, hay una disputa entre las elites
sindicales, pero sin reforma democrática alguna. Hemos visto en estos
últimos años la movilización de cañeros integrantes de la CNC, amenaza
de huelga de los petroleros, paros del Sindicato de Trabajadores del
Distrito Federal, rupturas al interior de las federaciones de burócratas
y hasta violencia entre corrientes de mineros y metalúrgicos. Una
batalla abierta por el control de los sindicatos y por las prebendas que
estos significan es fruto de la descomposición del sindicalismo
tradicional.
La división al interior de las cúpulas gremiales ha llevado a distintas
posiciones de cómo relacionarse con el Estado y con el resto del poder
de la clase política. En todos los casos, han surgido corrientes que
buscan acomodarse a las nuevas circunstancias y llegar a un acuerdo con
la nueva derecha presidencial. Otros, más astutos, saben que deben
mantener algún tipo de legitimidad frente a las bases trabajadoras y por
tanto deben orientar el discurso y la filiación partidaria hacia la
oposición. Se juega la representación de miles de obreros y el poder que
ello representa al negociar con el Estado.
La izquierda partidaria institucional, pero también una pequeñísima
izquierda ortodoxa por fuera de los registros oficiales esperan que esta
disputa les genere beneficios. Unos por votos y acuerdos clientelares,
otros para la acumulación de fuerzas propias. Esta estrategia pragmática
no quiere reconocer que la disputa cupular gremial es más una pelea por
poder que programática, una riña por el control vertical de los
representados y no un enfrentamiento por democracia en sus
organizaciones. El PRI y sus viejas organizaciones gremiales se están
desmoronando lentamente y estas izquierdas sólo esperan pacientemente a
cachar fracciones de poder, corrientes y líderes descontentos. Esta
estrategia incluye aceptar a líderes represores o corruptos, líderes
autoritarios y hasta asesinos, ligados a las mafias gremiales que por
años se incubaron en el viejo régimen. Mientras estas alianzas arriba se
llevan a cabo, abajo poco cambia con el control y la dominación
cotidianas de los
trabajadores. Algunos académicos e intelectuales incluso han intentado
justificar “teóricamente” esta estrategia pragmática, soslayando además
que las izquierdas que utilizan este desmoronamiento cupular son las más
utilitarias y en realidad buscan hacer crecer sus cuotas de poder en aras
de intereses sectarios , que buscan el control o –ilusamente- la
hegemonía dentro de su partido o en el movimiento fuera de él.
No estamos diciendo que cualquier desprendimiento del viejo gremialismo
sea sólo un proceso cupular o que quien se acerque a ellos puede perder
su “pureza” antisistémica – si es que esto existiera- . Lo que
intentamos hacer es desnudar el pragmatismo que en la izquierda
partidaria se maquilla de pluralismo ideológico al interior de los
gremios, y en la izquierda ortodoxa se disfraza de unidad de clase. Y
lo decimos porque esta estrategia mantiene divididas entre sí a varias
de las más importantes articulaciones a nivel nacional.
Y la división surge, porque a la hora de hacer sumas pragmáticas, la
izquierda utilitaria opta por aliarse a corrientes, gremios y líderes
que les den cuotas de poder y abandonan a precarios, desocupados,
jornaleros, a las pequeñas disidencias obreras y a campesinos
minifundistas y muchos más. Se trata entonces de una división en la
forma de hacer política: optamos por el pragmatismo y utilitarismo pero
que suma dividendos políticos, o elegimos trabajar abajo con los sin
voz, sin fama, sin poder y sin dinero, a pesar de que ello signifique,
muy probablemente no figurar en la “política real” de las dirigencias de
una parte del movimiento.
Cómo encausar la ira sistémicamente.
La relación con el Estado de los movimientos, resistencias y
organizaciones en México no es sencilla. Casi 80 años de mantener la
gobernabilidad a través de la incorporación sistémica deja una inercia
difícil de romper. El viejo régimen no se mantenía en pié sólo por su
capacidad represiva, sino esencialmente por su capacidad de cooptación e
integración a la relación Estatal-corporativa. Existe también, una
resistencia importante, acrítica y autocomplaciente para evaluar que una
y otra vez la incorporación en el aparato estatal desde los movimientos
ha terminado en autoderrota.
Durante las últimas dos décadas sendos movimientos antisistémicos y
democratizadores han surgido o bien para estrellarse en un muro de
represión, o bien disolverse con las zanahorias del Estado. La
perspectiva de la transición democrática y la incorporación al Estado a
través de las cámaras –por medio de la izquierda partidaria- de muchos
de los movimientos ha significado en la práctica un proceso de
desmovilización, desarticulación y hasta descabezamiento de muchas
expresiones de resistencia. En vez de seguir construyendo las fuerzas
locales, o mantener la autonomía frente al partido, las dirigencias han
priorizado la lucha electoral. La presencia de dirigentes en las
cámaras, en la Asamblea Legislativa o en los congresos locales, no ha
significado tampoco, ni de lejos, la transformación estructural a través
de reformas o políticas públicas influidas por la visión desde los
movimientos.
Un caso en extremo ejemplar ha sido el movimiento urbano popular y su
relación con el Partido de la Revolución Democrática, donde se subordinó
la organización social a la dinámica de partido. Esto ha provocado
desactivación de la dinámica del movimiento y su progresiva
partidización, convirtiéndose en los hechos en facciones partidarias. En
su relación partidaria estos grupos asumieron rasgos clientelistas y
corporativos, exigiendo cuotas de poder (cargos de representación
popular o partidarios) y atención preferencial a sus demandas. Es
decir, reprodujeron, dentro de los partidos de izquierda, las prácticas
que caracterizaban a las organizaciones populares vinculadas al PRI.
(RAMIREZ 2003)
Esta partidización en ocasiónes ha llevado al enfrentamiento entre sí
del movimiento urbano popular, en disputa desde distintas corrientes y
alianzas por cargos y representaciones populares. Este tipo de
estrategia hizo trastocar a un movimiento de abajo, popular y creativo
en organizaciones clientelares, osificadas y utilitarias.
En un caso sumamente distinto, un integrante del efímero movimiento El
Campo No Aguanta Más, que durante 2002 y principios de 2003 hizo parecer
que el movimiento campesino había resurgido de sus cenizas, reconocía
autocríticamente sobre el acuerdo con el Gobierno Federal varios
problemas: “en algunas organizaciones se dio prioridad a las cuestiones
político electorales y no se centraron en la concreción del acuerdo (…)
algunas organizaciones se orientan a negociar de manera tradicional y
así obtener recursos etiquetados de determinados programas (…) con
cierto pragmatismo…que optan por negociar con el gobierno sólo los
programas de apoyo y como al gobierno tampoco le interesa negociar
medidas de ordenamiento del mercado, todo se queda solamente en las
cuestiones relacionadas con apoyo a los productores. Muchos sienten que
fue una burla del Estado el no avanzar con el acuerdo para el campo. Por
el otro lado, tienen dudas del papel que jugaron sus organizaciones,
pues no
ven resultados concretos importantes.” (CELIS 2004)
No se trata entonces de si negocian o no negocian, de si votan o no
votan, sino de que hay demasiados casos de pérdida de la autonomía e
identidad de los movimientos o bien de casos trágicos de cómo se encausó
la energía del movimiento, que se disuelve en el entramado burocrático,
pierde su horizonte y sus prioridades antisistémicas, o incluso se
desarticula, al disolverse en medio de la dinámica sistémica
institucional. Al perder su proceso desde abajo, automáticamente las
estructuras organizativas pueden ser utilizadas pragmáticamente. Al
concentrar su energía en el Estado, las políticas públicas, la vida
partidaria, o la simple lucha electoral, muchos de estos movimientos han
sido incapaces de no ser arrastrados a la lógica sistémica, abandonando
la organización, la politización, la calle, la producción, la
articulación entre movimientos, la discusión de alternativas, …la lucha
pues.
La tortuosa relación de Estado y movimientos es, al menos, una discusión
abierta en México. Sin embargo la certeza -abiertamente ideologizada-
con que acuden ciertas franjas de los movimientos sociales a la
incorporación estatal, es, hasta ahora, un elemento constituyente de la
dominación en nuestro país. Esta vía en torno de la gestión, negociación
e incorporación estatal ha sido defendida hasta con los dientes por una
capa de la intelectualidad y la academia, que al pasar el tiempo y al
ser evidente la autoderrota, guardan prudente silencio sobre sus
consejos, asesorías y análisis. Esta estrategia mantiene profundamente
dividida a las articulaciones nacionales de los movimientos.
Fragmentación y desarticulación, clientelismo-corrupción, subordinación
y relativo poder obrero, exclusión y olvido, cooptación e incorporación
sistémica, son procesos que se yuxtaponen en un entramado que como una
enorme red de contención de la rebeldía se enlaza por todo el país,
apresando las potencias, la dignidad y la lucha: pero aún así, esta red
de dominación se desborda. Es incapaz de contener por completo lo que
adentro germina. Los procesos de dominación deben crearse y recrearse
una y otra vez. Mutan porque la resistencia los rebasa, cambian para
mantener la dominación. Los procesos de rebelión son fisuras en esa red
de dominación, muerte y explotación. Son procesos contradictorios,
impuros, heterogéneos, ambivalentes, paradójicos, difíciles de
catalogar y explicar. Se mezclan con los procesos de la dominación. Si
los separamos es para poder analizarlos. Algunos procesos-fenómenos de
cómo esa red de dominio se rasga por muchos lados, son los que
analizamos
brevemente ahora.
Resistencia.
Hemos dicho que el viejo régimen no colapsó, sino que inició un proceso
de erosión y decadencia desde hace tres décadas. Este proceso de
decadencia tiene que ver con la paulatina contracción del Estado en sus
funciones sociales integradoras, especialmente el cambio de políticas
interventoras que lo identificaban como un verdadero estado invasor, que
penetraba las relaciones de la sociedad civil, las volvía orgánicas y
enlazadas al poder central en una suerte de red jerárquica inclusiva
pero subordinante.[2] Sin embargo, la subordinación se basaba en las
concesiones otorgadas a los sectores, grupos y distintas franjas
sociales. Al retirarse progresivamente el Estado invasor-organizador
corporativo, el mercado invasor destituye las viejas relaciones del
Estado de bienestar, las identidades y colectividades que surgieron en
él. En la mayoría de los casos esto sólo ocasiona anomia, fragmentación,
caos y severos efectos sociales; provoca una crisis de los mecanismos de
cohesión social. Pero ahora diremos algo que no le gusta al pensamiento
de la izquierda más ortodoxa: la disolución o debilitamiento de las
funciones integradoras del Estado invasor príista, la reconfiguración
(que no desaparición) de su intervención ordenadora y dominante de otras
identidades y formas de organización social hace que muchas de ellas
puedan salir a flote, en algunas ocasiones como verdaderas alternativas
antisistémicas. Cuando el Estado clientelar retira sus funciones de
organización social, se libera(n) muchas de la(s) potencia(s) de abajo,
surgen las identidades y formas oprimidas y pueden comenzar a detener o
resistir la devastación que la dinámica capitalista lleva a todos los
lugares, a todos los pueblos, culturas, barrios, territorios y
comunidades. Sin la acción “mediadora” del Estado corporativo, crece la
disputa frente a frente de las resistencias, contra los señores del
dinero.
El fordismo y el estado de bienestar fueron el modelo de dominación de
la posguerra y el pacto corporativo la forma de dominación del viejo
régimen. Una parte de la izquierda añora regresar al viejo pacto, sin
reconocer que fue también un modelo de dominación – y de control de la
relación capital-trabajo-, que siempre dejó sendas capas sociales
excluidas –como los pueblos indios- y que fue posible sólo por
condiciones globales que ahora ya no existen.
Esta concepción sobre la idea del regreso de un Estado interventor,
benefactor, o al menos, más activo en la regulación de mercados, divide
a las resistencias: por un lado las que tienen una estrategia reactiva
que busca regresar o restituir las condiciones del viejo pacto social; y
por el otro, nuevos sujetos sociales, que han madurado en medio de la
creciente precariedad, que nunca vivieron dentro del pacto social
inclusivo o que nacieron en su decadencia y que una vez rota o
debilitada la mediación estatal corporativa y clarificada su función de
sostenimiento del mercado, reconocen como enemigo tanto a la dinámica
dineraria, como a la lógica centralizante y represiva del Estado. Dos
visiones distintas que suponen sujetos y estrategias distintas.
En medio de este contexto, múltiples resistencias surgen, se consolidan,
o están en un proceso de maduración. La verdadera transformación está
abajo, en sujetos sociales, antisistémicos o democratizadores y esta
depende de la organización, la resistencia y la liberación de la
potencia de los de abajo y no de reforma legal alguna. Depende de la
lucha, la creación, y los procesos de abajo, y no de formalismos
estatales osificados.
Estos procesos, a veces espontáneos, a veces orgánicos, visibles o
apenas perceptibles, están desatando fuerzas incomprensibles desde el
pensamiento de izquierda ortodoxo y también para la izquierda
tradicional partidaria. Son procesos profundos. Algunos de ellos son:
Exodo y rabia. El reordenamiento del trabajo ha provocado un éxodo
creciente de sur a norte pero también de la periferia al centro, que
incluye reorganizar la vida en los márgenes de las redes de producción
económica dominantes. La migración alrededor de las ciudades medias y
enormes va constituyendo periferias urbanas excluidas y marginadas. Esto
no es nuevo, pero lo nuevo es que el sentimiento de exclusión provoque
que franjas de sectores considerados plebeyos se rebelen. Jóvenes
aglutinados pero segregados socioespacialmente en las periferias
urbanas, están creando un segmento cada vez más dispuesto a luchar. De
forma espontánea e inorgánica, miles de jóvenes se unen a las luchas
con la rabia que provoca el desprecio sistémico que va desde las clases
altas y medias que los ven con incomprensión y repulsión, hasta la
academia y las direcciones políticas -que incluyen a la izquierda
tradicional- que los ven como impuros y salvajes, dispuestos a la acción
directa
incontrolada por las vanguardias y lo políticamente correcto. Estos
jóvenes, se supone, deben tragarse toda su anomia y su rabia y dejar que
avanzadas direcciones políticas tomen las decisiones. Pero estos jóvenes
se rebelan. Son los jóvenes de la periferia francesa, los jóvenes
piqueteros en el conurbano bonoarense, los jóvenes en la periferia del
Alto de Bolivia, los chavos que se enfrentan con la policía en Chile, la
banda en las barricadas en la periferia de la ciudad de Oaxaca controlada
por el digno movimiento de la APPO. El carácter lumpen de estos jóvenes y
de muchos nuevos movimientos asusta a las buenas conciencias, como
siempre a los medios de comunicación y alarma a la izquierda partidaria.
El éxodo y la rabia están creciendo en México.
Identidad como liberación. La intensificación de la acumulación que todo
vuelca hacia el mercado ha invadido esferas que antes se consideraban no
comercializables. Es una verdadera guerra de conquista que avanza sobre
todos los territorios reales, pero también los simbólicos y los
inmateriales. La mercantilización invade mentes, culturas y
subjetividades. Pero aún ahí, hay resistencia. A pesar de que la
identidad ha sido vista generalmente como opresiva, para resistir,
pueblos e individuos la empuñan como defensa. ¡aquí no!, parecen decir
comunidades y personas. No sobre nuestro pueblo, no sobre mi cuerpo.
Así, la identidad recuperada o la recreada para enfrentar la
homogeneidad, la identidad de consumo y la futilidad de un modelo de
hombre y mujer deseados por el capital son la última reserva, el último
refugio para resistir. La identidad, se trastoca en liberación, en
pequeño territorio imaginario liberado. Por ello, muchos movimientos de
desposeídos, defienden con una
radicalidad impresionante lo único que tienen: su identidad, y con ello
aparece una lucha feroz: la lucha por la dignidad.
Clases medias radicales. Por todo el planeta, pero también en México,
los hijos de las clases medias del viejo fordismo accedieron a la
educación. Una pequeña pero significativa franja de clases medias,
heredera del rompimiento del 68, pero influenciada por la rebelión
global de género y raza, sensibilizada por la tendencia destructiva del
planeta, que ha nacido, crecido o madurado con la influencia de los
nuevos sujetos sociales, en nuevas realidades posfordistas está creando
una franja minoritaria, sumamente creativa, con cierta capacidad de
organización que está luchando, creando y aliándose con los de abajo.
La década de los 90 en México significó un severo rompimiento de la
subjetividad en varias capas sociales, que se volcaron a la
participación y la organización como un actor emergente. En estas clases
medias radicalizadas crece el peligro del autoconsumo, el
fundamentalismo y el purismo, como reacción lógica para alejarse de los
parámetros viejos y esquemáticos
de los viejos movimientos sociales, de los partidos y del Estado. No son
solo jóvenes, sino una oleada de participación que se constituyó una vez
caído el muro de Berlín, por FUERA de la oscura experiencia centralizante
de la izquierda ortodoxa. Su importancia es creciente pero los peligros
que las consumen son igual de grandes.
Despojo y territorio. La nueva etapa de acumulación se dirige
peligrosamente a las últimas reservas de tierras, territorios, bosques,
agua y los ecosistemas en su conjunto. Acumular y crecer de forma
infinita en territorios y recursos finitos arrasa culturas, pueblos y
comunidades que dependen de ellos, viven sobre ellos o cerca de ellos.
La dominación territorial sin embargo atiza a excluidos, marginados,
precarios u olvidados. Si se excluye del control de los recursos
marítimos, ahí los pequeños pescadores se organizan. Si se intenta
arrebatar la tierra, el campesino y los pueblos indios responden. Si el
megaturismo desea controlar los paraísos naturales, ahí las comunidades
que los habitan salen a defenderlas. Si las corporaciones destruyen,
contaminan, roen, ahí mismo surgen organizaciones vecinales, barriales,
civiles, dispuestas a no ser destruidas en la muerte lenta que la
fabrica, la contaminación o la decisión estatal les trae.
Pero cuando estos sujetos-movimientos se dan cuenta que no sólo
resistiendo detendrán la lógica de destrucción y muerte que acarrea la
acumulación, comprenden que -excluidos del trabajo formal y enfrentados
con el Estado que apoya el despojo-, deben organizarse desde el ámbito
natural donde resisten: el territorio. La consigna la nueva fabrica es
el barrio (o la comunidad, dicen algunos) que en otras latitudes ha
orientado la resistencia y la organización, llega entonces como un nuevo
horizonte de lucha. El territorio (el barrio, la comunidad) se vuelve el
espacio de lucha donde no solo se resiste sino desde donde se intenta
desarticular todas las relaciones de dominio. Estos nuevos
movimientos-sujetos, muy pronto se dan cuenta que no sólo hay que
resistir al despojo, sino organizarse para el autogobierno de su
territorio y de sus recursos –cuando los hay-; que se necesita entonces
de la organización desde abajo y que se requiere de romper con la
concentración del poder
que hay en los medios y con la desinformación y por tanto hay que crear
radios libres, comunitarias o alternativas. Muy pronto en la lucha, se
dan cuenta que ellos mismos están atravesados por la dominación y por
tanto hay que empezar a hablar y trabajar sobre el papel de la mujer. La
lucha, si continúa, y no es destruida por la represión, va enseñando que
hay que crear procesos formativos y educativos propios, frente a los
evidentes límites de la educación tradicional que no enseña a los hijos
los derechos, ni a respetar al distinto, ni la historia local, ni por su
puesto, a luchar. El territorio, el barrio, la comunidad se vuelve el
espacio de transformación y resistencia a la vez. Trinchera y organismo
de lucha. Cuartel y espacio liberado. Barricada y laboratorio para
cambiar al mundo.
Indios. La emergencia en México de los pueblos indios, no sólo como
movimiento social, sino como sujeto político, es un llamado profundo que
como lento y poderoso eco va impactando al resto de las resistencias. Su
influencia va mucho más allá de lo que intelectuales e izquierdas
pragmáticas les gusta reconocer. Los pueblos indios, a veces invisibles,
a veces con profundos procesos de reconstitución, otras más luchando y
construyendo la autonomía son un poderoso referente que deja ver algo de
lo que sería la vida sin capitalismo. Un aporte que incide en la visión
de franjas de los movimientos es su poder colectivo basado en la
comunidad, en un fino tejido que muchos movimientos añoran, pero que en
perspectiva, enseña que los pueblos pueden tomar la rienda de su vida en
sus manos. Que incluso los más pobres entre los pobres pueden
organizarse si se hace en un nosotros que destituye y desarticula
lentamente viejas formas de opresión, constituye lo mejor de las formas
cooperativas y solidarias de lo colectivo, y echa a andar una potencia
común que genera y crea nuevas prácticas y relaciones sociales. Ahí, en
espacios controlados por los pueblos indios, germina, lentamente, un
nuevo mundo.
Para la izquierda ortodoxa indios, precarios, lúmpenes y colectivos
radicales son una incomodidad. Supuestamente su corazón está con ellos,
pero a la hora de hacer cuentas pragmáticas, estos procesos y sujetos no
suman en la “correlación de fuerzas” y por tanto un consecutivo
desprecio como política frente a ellos se consolida. Por eso los
movimientos también están divididos, porque la izquierda más ortodoxa y
tradicional prefiere movimientos más controlables, liderazgos con los
cuales fácilmente aliarse y negociar, fuerzas más visibles y mediáticas.
En suma, quieren más poder. Y estos sujetos, sin poder, sin fama, sin
dinero no son nada atractivos para las cuentas utilitarias de una
izquierda que suspira por un movimiento obrero casi inexistente o por
gloriosas movilizaciones que los empujen hacia la dirección política de
“las masas”. Por ello hay división, porque en su política de desprecio y
pragmatismo estos nuevos sin voz y sin rostro luchan desbordando sus
ortodoxias. Para la izquierda partidaria, hace mucho que estos
sujetos-procesos no existen. Emocionados con los recursos que otorga el
Estado miran y se miran como el centro de lo político. Los de abajo poco
o nada importan en su espejo de poder.
Sin embargo, indios, precarios, marginados, superexplotados, jornaleros,
pueblos, excluidos, comunidades, jóvenes y mujeres en lucha son un fino
bordado que por toda la nación, en todos los rincones del país resisten
y a la vez constituyen fisuras de la dominación. Si se mira de lejos la
construcción y la estructura de la dominación, esta parece incólume,
impenetrable. Pero si uno mira, muy de cerca, afinando la mirada, pero
también el pensamiento, mirando, –a contrapelo diría Benjamin – uno
puede ver las innumerables grietas de la dominación. En todas ellas ese
mundo por el que luchamos ya existe. Ya no es un proyecto ni un programa
sino múltiples realidades, aunque sean pequeñas e incipientes, frágiles,
débiles, embrionarias. Nuestra tarea debería centrarse en defender esas
experiencias y fortalecerlas para que crezcan. Pero no sólo. Debemos
replicar, multiplicar, expandir esas experiencias. Y debemos hacerlo no
sólo en el mundo rural, no sólo en el mundo indígena.
Debemos hacerlo desde nuestras ciudades, desde nuestros barrios, desde
nuestros lugares de lucha. En esas fisuras, que no son sólo nacionales,
ni mexicanas, reside la posibilidad de la construcción de un mundo otro.
En ellas se desarticula la dominación y aunque sea por un instante, como
cuando un relámpago alumbra momentáneamente la oscuridad, permiten ver la
fragilidad de la dominación y un poco de lo que sería un mundo sin
capitalismo. Quienes centran su atención, su esfuerzo y energía en los
fetiches del poder tienen un camino. Quienes vemos que concentrar toda
nuestra creatividad, nuestra imaginación, nuestra lucha y nuestras manos
con los de abajo y a la izquierda es la tarea primordial y urgente,
tenemos otro. Porque, también nos diferencia la urgencia con la que
deseamos y necesitamos oponer al caudal de muerte en el que nos sumerge
el capitalismo la insubordinación y rebeldía con la que se abre la vida y
la dignidad.
Esas fisuras, son espacios donde se deconstruye el pensamiento
dominante. Donde se desordenan las relaciones de dominación. Son
espacios donde vemos algunas señales de cómo sería una nueva educación,
nuevas relaciones de intercambio y de comercio, formas experimentales de
producir cultura e información y lo más importante, formas nuevas de
poder colectivo. En esas experiencias, pero también en muchas otras en
todo el planeta, no hay distinción entre luchas políticas y sociales,
entre luchas materiales y culturales. En esos espacios se ha empezado a
derrotar el poder simbólico que mantenía atados a los grupos
subalternos.
Pensamos que esas grietas, esas fisuras, esas islas de liberación pueden
crecer, pueden articularse. Podemos, como dice el Subcomandante Marcos,
hacer de nuestras islas una barca para ir a encontrarnos. Una fisura que
se reúne con otra puede provocar que se desmorone una parte del muro.
Cientos de pequeñas grietas, enredadas entre sí, de muchas formas, de
muchos tamaños podría quizá, tal vez, derrumbar y hacer estallar al muro
por completo.
No lo sabemos con certeza. Quizá valga la pena intentarlo. Quizá sí hay
algo mejor detrás del muro. Quizá sea ese otro mundo, que decimos es
posible. Quizá sean el camino hacia el mañana.
Marzo del 2007.
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WALLERSTEIN, Immanuel, 1996, Después del liberalismo, Siglo XXI, México
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ZIBECHI, Raúl. 2002 . Poder y representación: ese estado que llevamos
dentro. En revista Chiapas. No. 13.
[1] Enrique Pineda es egresado de la carrera de sociología,
integrante de jóvenes en resistencia alternativa. organización
adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona e integrante
de la Otra Campaña iniciativa del EZLN.
[2] Hablamos aquí en estricto sentido del régimen priísta. Nos parece
que la función estatal, en general penetra las relaciones sociales y
estamos inmersas en ellas. Sin embargo, el Estado en el régimen
corporativo TAMBIEN reordenaba íntimamente estas relaciones
organizativas en un mecanismo de inclusión-subordinación al
presidencialismo a través del partido oficial y sus redes
clientelares.
cebrion1@gmail.com
Si la hierba arde es porque está seca
campesino de guerrero
Puede consultarse la primera parte en
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43595, y la segunda accediendo
a: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=46962 Sus versiones como pdf
pueden descargarse en La Haine:
http://lahaine.org/index.php?blog=3&p=20404
El pacto de elites por el cual el cambio de régimen y la alternancia
fueron posibles en México, ha constituido una relación central basada en
la clase política. El proceso de reforma limitada que dio acceso al
Estado a la derecha e izquierda institucionales abrió la puerta para
incorporar a las elites políticas en ascenso y con ello asegurar la
gobernabilidad. Sin embargo es un pacto inestable. En los próximos años,
puede haber numerosos y nuevos reacomodos al interior de la clase
política. Ninguna de ellas significa transformación alguna en México. La
clase política ha entrado en una fase de estancamiento y decadencia, en
un proceso autorreferencial que constituye una relación política
“central” para medios, academia y poder económico.
Como hemos dicho, esta relación central está basada en el Estado liberal
democrático cuyas fronteras NO incorporan a los de abajo ni construyen
mediaciones importantes – como en el viejo Estado de bienestar- que
domestiquen a los movimientos antisistémicos. Esto constituye una
relación excluyente pero que goza de una legitimidad impresionante, sólo
explicable por los enormes aparatos ideológicos de propaganda de las
elites y de la academia dominante.
El poder y lo político desde esta visión – pactada entre las tres
fuerzas políticas en la década de los noventa con distintos grados de
cooperación – es una esfera estadocéntrica, nucleada en las
representaciones partidarias, centralizada en la clase política. El
monopolio de la decisión y del poder en una minoría ante los ojos de las
mayorías se vuelve legítimo. Todo lo político DEBE desarrollarse al
interior de este núcleo que goza de legalidad y legitimidad. Todo lo
demás es secundario, poco relevante, o hasta ilegal y debe suprimirse,
contenerse o ignorarse. Por ello, los movimientos antisistémicos han
sido empujados hacia una relación periférica admitida por la izquierda
partidaria, preconizada por los altos medios de comunicación, tolerada
con beneplácito por el mercado y teorizada y legitimada por los
intelectuales. Todos juntos miran hacia el núcleo de la dominación y
toda la energía sistémica se centra en hablar, pactar, incidir,
difundir, legitimar esta relación
central dominante a la que le llaman normalidad democrática.
La clase política, autista y autorreferencial, que cree en el pacto
liberal democrático percibe como su peor enemigo a la misma clase
política, y no a los movimientos y las resistencias. Si bien les teme y
las mira con preocupación, la disputa central es por recomponer el orden
estatal con una mayoría que asegure gobernabilidad. Ellos, y junto con
ellos los medios y la academia, no le conceden a los movimientos la
estatura para entrar a la disputa central. Para la derecha ni siquiera
son interlocutores válidos. La derecha institucional reconoce como
interlocutor a la izquierda partidaria, no así a los movimientos. Por
eso, la disputa de elites –hasta ahora- no utiliza la violencia y la
represión contra la izquierda partidaria. Ellos son parte del núcleo
dominante y el pacto de elite asegura cierta “civilidad” – que incluyó
el fraude, pero no el asesinato-. NO es así con los movimientos, que
son identificados como interlocutores NO válidos, como errores o
deficiencias
del sistema que deben ser controlados, reprimidos, ignorados y de ser
posible, eliminados. Son –para ellos- apenas grupos de presión, minorías
premodernas, grupúsculos radicales. Una parte de los movimientos analiza
que el principal adversario de la derecha son los movimientos. No lo son.
Es la izquierda institucional a la que le concede la existencia y la
interlocución. Los movimientos quedan entonces en una situación aún más
angustiante, expuestos por completo a una represión estatal que poco o
nada concederá. Pero esta ceguera e incomprensión de la derecha, tarde o
temprano, le costará caro, pues los movimientos están madurando y aunque
ahora chocan contra una muralla de desprecio, es probable que esta
energía social la desborde.
Por otro lado, la izquierda partidaria reconoce relativamente a algunas
de las resistencias y movimientos; pero lo hace igualmente desde una
relación central que las subordina a su propia lógica. La izquierda
partidaria puede consultar, hacer foros, abrir algunas diputaciones,
impulsar algunas reformas y compartir marginalmente el poder con algunas
dirigencias de los movimientos. Pero ellos, la izquierda partidaria, se
reconocen como la democracia misma. Consideran que el que ellos ejerzan
el poder es la demostración del cambio democrático. La izquierda
partidaria puede dar más concesiones, pero su lógica no mira hacia abajo
y hacia fuera de la clase política, sino hacia adentro y toda su energía
y su estrategia está destinada a consolidarse en el poder. Quienes
suspiran por los aparatos burocráticos de la izquierda partidaria y los
gobiernos estatales donde gobiernan, han perdido la brújula y la
crítica. Es claro que se ha consolidado una fuerza centrípeta sistémica
de
la que es parte la izquierda partidaria y es un camino sin retorno. NO
habrá recomposición alguna sino deterioro y mayor corrupción al interior
de esa elite en ascenso.
El pacto de elites tuvo un impacto profundo en las resistencias, la
izquierda y los movimientos antisistémicos. Desgarró a los movimientos y
organizaciones que decidieron orbitar alrededor de este pacto frente a
los que decidieron continuar resistiendo al poder y la dominación.
Las llamadas organizaciones no gubernamentales y la academia progresista
y de izquierda, durante los noventa, en el contexto de una sociedad
civil un tanto débil, con movimientos apenas germinando y frente a la
insurgencia de un actor determinante como el zapatismo, jugaron un papel
protagónico. Sin embargo, el espejismo engañabobos de la transición
democrática reordenó el rol que desempeñaban. Como siguiendo al
flautista de Hamelin, la mayoría de ongs, intelectuales y académicos
acudieron a girar en torno del poder y al pacto de elites. Las ongs
abandonaron la defensa de derechos para enclaustrarse en importantísimos
lobbys y comisiones con el Estado. Sustituyeron la educación popular y
la calle para prepararse a incidir en las políticas públicas, que por
supuesto, a nadie le importan, pero dan un aura de inclusión, diálogo y
legitimidad al Estado. Los intelectuales y académicos desde entonces,
construyen sesudas opiniones que hablan sobre fortalecer al Estado,
negociar
estratégicamente, y hasta proliferan que la democracia es posible dentro
del capitalismo. Nada de esto tendría importancia si estas elites de
centro-izquierda no fueran reconocidas como referentes de opinión en los
medios de comunicación. Con una importancia sobredimensionada
mediáticamente, estos actores han abandonado a las luchas de abajo y
fortalecen la relación central de la clase política y hasta “teorizan” la
periferialización de los de abajo: no tienen propuesta dicen unos, son un
buzón de quejas, son apocalípticos, radicales y soñadores dicen otros,
son sectarios y poco estratégicos dice alguno más, son deformaciones y
populismos del pasado dicen también. Cabe señalar que un puñado de
organizaciones civiles y académicos, se han plegado con los movimientos,
tomando postura con los de abajo.
La relación central de la clase política no significa una separación
total de movimientos y poder político. Lo que significa, es un poder
atractor impresionante que SUBORDINA a muchos de los movimientos
sociales a la lógica dominante- y de ello hablaremos más adelante-.
El pacto de elites sirvió a la vez como un embudo y como un filtro. Si
el movimiento que exigía democracia y libertad contra el viejo régimen
priísta podía convertirse en un verdadero peligro para el Estado, el
pacto de elites lo que indirectamente provocó es lograr mediatizar esta
enorme fuerza social y contenerla dentro de los parámetros de la
democracia de elites que vivimos. La conducción del viejo partido
oficial, la anuencia de la derecha y la relativa cooperación de la
izquierda partidaria sirvió a la vez como un filtro, no dejando entrar a
los movimientos más peligrosos o de carácter antisistémico. Dentro,
quedaron todos los movimientos que pudieron ser contenidos y filtrados,
orbitando alrededor de la relación central de la clase política y sus
instituciones. Fuera, quedaron quienes atentan contra la estabilidad de
la dominación, cuyas demandas profundas hubieran abierto una reforma
radical de la nación. Fuera quedó el zapatismo y con él, una pléyade de
movimientos, microresistencias, y nuevos sujetos sociales.
Esta percepción de la centralidad de la clase y el sistema político
(estadocéntrico, orbitando alrededor de la elite) ha desgarrado la
estrategia de los movimientos democratizadores, las resistencias y los
movimientos antisistémicos: mientras en los noventa el horizonte de la
democratización y el cambio de régimen pareció unir a las izquierdas
todas, a partir del cambio presidencial, y pasada la cruda de la
alternancia, las izquierdas y los movimientos se quedaron sin horizonte.
La alternancia se había logrado. Treinta años de lucha por la democracia
habían sido mediatizados y utilizados por la elite. Los movimientos y la
fuerza de abajo, le abrieron la puerta del poder a los de arriba, pero
ellos a su vez, les cerraron la puerta en sus narices. Sin horizonte de
lucha, pero en medio de la erosión del viejo régimen y de la decadencia
de las viejas relaciones corporativas y clientelares, las resistencias
han acelerado su maduración. Sin embargo, las izquierdas se
apresuraron – ortodoxamente – a proponer programas y proyectos de nación.
Pero no hay programa sin sujeto social. El zapatismo, por ello, ha puesto
el énfasis en las prácticas sociales alternativas y los sujetos y
movimientos que están luchando para luego generar desde abajo un programa
aglutinante, quizá de los proyectos más ambiciosos de los últimos
tiempos.
Por otro lado, frente a la pérdida de horizonte han surgido entonces
varias tendencias articuladoras entre la llamada “izquierda”: la primera
y dominante, que busca limar las aristas más filosas del neoliberalismo;
la segunda, tradicional, que busca el regreso del viejo pacto social y
sus beneficios, la tercera, que se considera antisistémica y
anticapitalista. Estas diferentes tendencias articuladoras son la
respuesta a la alternancia y al pacto de élites. Significan distintos
horizontes, una vez empujada la alternancia y demostrada también su poca
relevancia, y la falta de transformaciones significativas a favor de
los de abajo. A diferencia de la década de los 90, es improbable la
sinergia de estas articulaciones y tendencias, porque el horizonte de
lucha necesariamente los lleva a estrategias distintas.
Sin embargo, surge una paradoja: en contraflujo de la relación central
de la clase política, con la mayoría de los canales estatales atrofiados
para encaminar sus demandas y en medio de un feroz avance de las
relaciones dinerarias y de la acumulación por desposesión y de la
superexplotación, en México, los sujetos sociales está surgiendo,
creciendo y madurando.
La terca realidad ha venido a pararse en frente de la democracia de
pocos, con pocos y para pocos, que de manera insultante vocifera la
normalidad democrática. Abajo se sufre del avance de la depredación y
devastación del control territorial y de los recursos que impone la
intensificación de la acumulación. Ninguna clase política plantea
detener este proceso, en todo caso, unos proponen que se haga
“legalmente” y con cuidado y otros sin ningún freno. El control de
tierras, territorios y recursos y con ellos los mercados y la
acumulación han despertado innumerables resistencias por todo el país.
Esas resistencias, que no respetan clase, ideología, ni vanguardias,
surgen por todas partes. La realidad capitalista arrasadora, ha
reordenado el trabajo, las identidades, pero también ha atizado a las
resistencias y a sujetos y movimientos no tradicionales.
Esa realidad es indispensable analizarla. La realidad de los de abajo.
El recorrido nacional del EZLN en la otra campaña es un intento por
visibilizar a los de abajo y a la realidad de la periferia. Aquí cuatro
procesos que nos parecen fundamentales para entender a los de abajo, a
pesar de no ser los únicos.
I. Excluidos.
México se transformó en los últimos veinticinco años. Tres de cada cinco
trabajadores en México laboran sin ningún tipo de protección jurídica
sobre el empleo. (INEGI 2002) Es el nuevo precariado, mayoritario, pobre
o paupérrimo, intentando sobrevivir. De estos tres trabajadores, uno es
campesino, uno más es parte de la economía “informal” y el último,
aunque es trabajador en alguna empresa, está indefenso al ser contratado
por fuera de las normas legales. Estos trabajadores o bien laboran en
condiciones de superexplotación, o bien no son asalariados y trabajan
por su cuenta, o incluso, no reciben ingreso alguno como es el caso de
la producción de autoconsumo en miles de campesinos.
Trabajo infantil y juvenil, trabajo temporal, trabajo doméstico,
maquila, jornaleros agrícolas, comercio informal, producción de
autoconsumo, micronegocio, micro taller, bajísimos ingresos, cero
prestaciones, trabajo familiar sin remuneración, superexplotación o
autoexplotación, incertidumbre en el empleo, fácil despido, feminización
de la explotación, actividades riesgosas, trabajo a destajo y hasta
trabajo esclavo son sólo algunos de los rostros del precariado mexicano.
Esta franja es enorme: alrededor de 25 millones de trabajadores
pertenecen a lo que llamamos precariado: 9.5 millones es el sector
informal, 8.6 millones en trabajos formales pero sin protección legal
alguna, y poco más de 7 millones en el empleo agrícola no protegido.
Si nombramos lo obvio es por varias razones. La primera, es el efecto
desgarrador del tejido social, la identidad y el arraigo que este tipo
de trabajo provoca. La fragmentación debemos verla como una imagen que
remite a una mutiplicidad de sociedades, suerte de islotes,
caracterizados por lógicas sociales heterogéneas, que operan como
registros multiplicadores de la jerarquía y la desigualdad. (SVAMPA
2005)
La fragmentación infinita condiciona – más no determina- el tipo de
resistencia de esta enorme capa social. Que la resistencia surja en
ambientes de represión absoluta de la organización, en la
individualización y competencia de los mecanismos de sobrevivencia y en
la desesperanza absoluta parece sólo una quimera. Esto es un feroz
obstáculo –pero no insalvable- para la organización de la resistencia.
El efecto de expulsión y exclusión que ello significa es nuestra segunda
razón. Si bien buena parte del precariado se encuentra articulado de
manera subordinada a redes de producción económica dominantes tanto
“nacionales” como globales, lo cierto es que la exclusión del circuito
dominante de poder y producción económica estratégicas empuja a vastos
sectores precarios a una situación de indefensión y desposesión
insoportable. La mayoría de ellos y ellas se encuentran fuera de las
relaciones sociales integradoras del Estado. La forma industrial de
producción era también una forma de organización social, ligada
estrechamente a una forma de “Estado nacional”. Al desestructurarse y
reorganizarse este complejo sistema, miles quedan fuera de las redes de
bienestar que implicaban el llamado fordismo. Alcanzan, aunque sea
potencialmente, el mayor grado de desposesión. La cuarta guerra mundial,
de la que hablan los zapatistas, explicada como una guerra de conquista,
despojo y
expulsión para repoblar por la acumulación dominante, simple y llanamente
deja a millones sin estrecho alguno para sobrevivir.
Esto explica la respuesta de estampida, huida y expulsión representada
en la migración, pero también en el crecimiento del narcotráfico y otras
redes criminales. La situación de abandono y olvido combinadas con
ciertas dosis de control y neoclientelismo, mantiene mecanismos de
dominación relativamente efectivos sobre una población crecientemente
desesperada y radicalizada.
Aún ahí donde parece que no hay más que olvido y exclusión hay formas de
control y de dominio. La utilización de la pobreza y su creciente
demanda de bienes y servicios en un reconfigurado clientelismo de
partido, teje por todas partes, redes y clientelas con fuertes dosis de
corrupción en la gestión gubernamental donde se confunden partidos y
estado, cuadros gestores y funcionarios, dirigentes y diputados locales,
cacicazgos barriales o comunitarios y asesores y burócratas
gubernamentales. El pacto de elites al que le llaman transición a la
democracia no desarticuló muchas de las relaciones clientelares, más
bien, abrió el monopolio de control clientelar al que hoy accede
ampliamente la izquierda partidaria. Todos se sirven del clientelismo de
partido y la gestión como mecanismos de control y dominación con enormes
franjas de desposeídos. Si bien el acceso a prebendas se ha restringido
en las últimas décadas, el desvío de recursos, el tráfico de
influencias, el fraude,
la utilización pragmática de sectores populares siguen siendo la regla en
la forma de articulación con segmentos del precariado de TODA la clase
política con distintas dimensiones y mecanismos. Es una especie de nuevo
clientelismo neoliberal, o una mutación del modelo de dominación política
donde se construyen un conjunto de políticas asistenciales que invocan
una visión consensual o no conflictiva de la política.
En resumen, fragmentación, desgarramiento y devastación así como el
neoclientelismo-corrupción son las herramientas de la dominación en esta
enorme franja social. Los sin fama, sin poder y sin dinero se reúnen en
el precariado. Los que a nadie importan. Incluso a la izquierda: el
sindicalismo ha abandonado a su suerte a desocupados y precarios; la
izquierda ortodoxa no ve más que lumpenproletariado sin ningún potencial
“estratégico en la correlación de fuerzas”; y la izquierda partidaria
sólo ve intercambio directo de votos por favores si es que acaso logra
verlos. Esa es nuestra tercera razón.
Numerosas fisuras en la dominación se están abriendo. Luchando a la vez
por sobrevivir y contra la fragmentación y pulverización de la
resistencia. En medio de condiciones precarias, en medio de la represión
invisible para el país, con el abandono de la mayor parte de la
izquierda, pequeñas microresistencias surgen aquí y allá, desafiando la
teoría y la dura realidad, que pronosticaban que ahí nunca sucedería
nada. El crecimiento y la maduración de estas pequeñísimas fisuras -que
por doquier aparecen, se organizan y resisten- es fundamental.
Las imágenes de una joven mujer maquiladora, de un jornalero agrícola, y
de un joven comerciante en la calle son los símbolos de los trabajadores
precarios en México. Esta “nueva” reconfiguración es determinante para
entender lo que sucede en nuestro país y esencial para construir las
resistencias.
II. El dinosaurio sigue ahí. Incluidos pero subordinados.
Imaginemos por un momento que el viejo régimen era una faraónica
construcción cuyo material esencial era el corporativismo. Ese inmenso
edificio permitió incluir y a la vez subordinar a los trabajadores
sindicalizados en un proceso unificador y homologante que le daba
cohesión y sostén a la dominación y la hegemonía del régimen. Ese viejo
edificio –la relación corporativa- empezó a entrar en decadencia desde
hace tres décadas, y sin embargo se mantiene en pié. Aunque existen
numerosos cambios y reacomodos, las inercias aún mantienen viva la
estructura del edificio. De vez en cuando se desmorona una sección, o
nuevas y grandes fisuras se abren en el edificio. Pero hasta ahora no ha
colapsado.
Sólo uno de cada diez trabajadores en México está sindicalizado. Ello
debiera relativizar el poder sindical, que sin embargo, es muy alto por
el rol que jugaron en el pasado. De este universo sindical, seis
trabajadores de cada diez pertenecen al sector servicios y sólo cuatro,
son parte de la industria. Prácticamente todo el sector industrial sigue
controlado por las viejas centrales o confederaciones que durante 80
años han desmovilizado, despolitizado y controlado la organización
obrera. Aquí está claro que la democracia se detiene a las puertas de
las fábricas. En todo el sector industrial la contención, represión y
desarticulación de cualquier disidencia o forma autónoma y libre de
control de los trabajadores sigue siendo la regla, aunque cada vez con
mayor dificultad. A pesar de que cada vez es más difícil controlar el
voto de los trabajadores, -en el pasado forzado a apoyar al partido
oficial- aún mantienen a raya a las disidencias, y la libertad de
organización. No hay que menospreciar que en grandes y estratégicos
sindicatos como el de petroleros (aglutina alrededor de 28 mil
trabajadores), la domesticación a través de enormes y excepcionales
concesiones es el mecanismo -junto con la corrupción- de mantener
pacificados a los trabajadores.
Es en el sector servicios donde se han abierto mayores disidencias y
resistencias. (servicios de educación, investigación, salud y asistencia
social) Sin embargo lo que podríamos llamar un sindicalismo de
concertación en este subsector sigue teniendo como patrón al Estado.
Está claro que el sindicalismo con una fuerte historia de articulación
estatal institucionalizó su corporativismo y pagó caro con su libertad y
autonomía su subordinación. Pero también está claro que esta
subordinación fue pactada con beneficios directos a los trabajadores, en
particular, con la estabilidad del empleo, las condiciones generales de
trabajo, servicios sociales y seguridad social. (OSORIO 2004). Esto ha
creado un segmento de trabajadores relativamente prósperos, con grandes
diferencias con el precariado, con estrategias de resistencia –hasta
ahora- mucho más reservadas y con una estrategia reactiva al proyecto
neoliberal, por las implicaciones que tiene en la transformación de esas
condiciones de vida alcanzadas y convertidas en derechos.
Este sector de trabajadores es de alguna forma una isla de relativo
respeto a los derechos colectivos de los trabajadores, en medio de un
vasto océano de precariedad. Cuando el sindicalismo vocifera sobre los
peligros del neoliberalismo para los trabajadores quizá es demasiado
tarde, ya que la mayoría de los trabajadores ya laboran en medio de la
desarticulación y la sobreexplotación. La marea de desregulación en la
mente neoliberal debe seguir creciendo. Las reformas o modificaciones
legales a varios de los mecanismos de regulación de la relación laboral
o de seguridad social con el Estado, son los últimos vestigios de los
derechos de los trabajadores. La ofensiva ya ha cubierto la mayoría de
sus metas de desregulación. Cuando el sindicalismo vocifera que
defenderá a los trabajadores, quizá es demasiado tarde, porque la
mayoría de los trabajadores no fueron defendidos.
Sin embargo, el sindicalismo estatal es todavía enorme y es posible que
veamos importantes resistencias en los próximos años, bajo los límites
que hemos dibujado. La estrategia sin embargo, es limitada, ya que está
basada en defender una situación creada en el pasado, con tintes
gremialistas, confusa para el resto de la población y poco relevante
para la mayoría de los trabajadores, que ya laboran por FUERA de las
relaciones reguladoras y de seguridad que antes otorgaba el Estado y
que, hay que decirlo, nunca fueron universales ni incluyeron a toda la
población.
La capacidad de concertación de este viejo sindicalismo se ha reducido,
pero no desaparece. Las numerosas iniciativas para reordenar la relación
de este sindicalismo con el Estado, -todo ello en el ambiente
neoliberal- han generado numerosas reacciones y resistencias. Las
diferencias por la dirección y protagonismo en la conducción para
enfrentar estas modificaciones y la erosión de la relación orgánica que
se tenía con el Estado han comenzado a abrir fuertes disputas internas.
Muchas de ellas, son disputas al interior de las cúpulas sindicales y no
procesos de democratización y organización de los trabajadores. Son
reyertas por el botín de la representación que desembocan en diferencias
de filiación partidaria, pero de ninguna manera son diferencias del
proyecto de sindicalismo o de trasformación nacional. Confundir esas
disputas con un movimiento obrero es común.
Por otro lado, la sindicalización se encuentra concentrada en ciertas
regiones, otra razón por la que su poder nacional no es total, y por la
que existen otras formas de resistencia en numerosos estados del país.
La tasas más importantes de sindicalización se encuentran en la región
capital de México (Ciudad de México y Estado de México con el 27.31% de
los sindicalizados), le sigue la región Noroeste (Baja California Norte
y Sur, Sinaloa y Sonora con el 11.41%). El resto del territorio nacional
sufre de un bajísima sindicalización. Los llamados a paros nacionales
son, considerando este factor, un tanto panfletarios. Más del 50% del
sindicalismo se ubica en micro y pequeños establecimientos. Si agregamos
los medianos establecimientos, cerca del 64% del los trabajadores
sindicalizados son agrupaciones pequeñas, con mínima resonancia, poca
capacidad de movilización y con poco poder de negociación. (HERRERA
2003)
Aún así, a pesar de la relatividad del movimiento obrero tradicional,
existen numerosas y pequeñas fisuras en todo el entramado sindical.
Algunas, apenas sobreviven en medio de la disputa de las cúpulas
sindicales, otras más, conviven con el sindicalismo tradicional charro,
sin capacidad alguna de crecer, y otras resisten y trabajan por aumentar
el grado de organización, conciencia y autonomía. Son disidencias
pequeñísimas, que aquí y allá luchan a la vez, contra el neoliberalismo,
contra sus propios líderes y contra la inercia de una cultura política
sindical delegativa, poco participativa y con un profundo culto al
liderazgo y al personalismo. Estas pequeñas disidencias se han
multiplicado en los últimos años, despertando la participación, pero sin
ser, aún, grupos visibles. La maduración de estas microresistencias es
esencial, además, porque la izquierda más tradicional –hipermarxista o
ultramoderada, da igual – privilegia esencialmente la alianzas con
direcciones
corruptas y no el apoyo, acompañamiento y hermanamiento con las pequeñas
disidencias.
Finalmente, a pesar de la existencia de procesos de amparo jurídico y
algunas jurisprudencias, “El marco jurídico que aún rige en México las
relaciones de los trabajadores del sector público, mantiene vigente el
intervencionismo estatal en el derecho colectivo del trabajo,
restringiendo la autonomía e impone reglas de excepción”. (OSORIO 2004).
Está claro que el pacto de elites – del que hemos hablado a lo largo de
este texto – por el cual se mantiene aún la gobernabilidad, es sumamente
limitado y no incluyó ningún tipo de transformación social positiva. Al
analizar el sindicalismo es evidente que la supuesta transición
democrática no alcanza ámbitos más allá de lo electoral y parcialmente
el poder político. Ninguna reforma democratizante se ha realizado ni se
impulsa, bien por la propia resistencia del sindicalismo tradicional que
se opone a perder más poder, bien porque la prioridad neoliberal es
hacer retroceder aún más a los trabajadores organizados.
En resumen, el viejo sindicalismo ha entrado en coma, pero vive, lucha
por mantenerse con vida y su muerte no parece cercana. El
desmoronamiento de la estructura corporativa es más por falta de
mantenimiento que por desplome o por desarticulación por el impacto de
alguna reforma o movimiento democratizador. Al pequeño sector sindical
en la industria se le mantiene controlado o desarticulado y el
sindicalismo de servicios se encuentra a la defensiva y con disputas
internas en sus direcciones. El resto de los trabajadores se encuentra
diseminado y fragmentado, con poca resonancia. Donde la ortodoxia
izquierdista ve grandes posibilidades y movimientos de trabajadores,
nosotros vemos descomposición y disputa de las direcciones. Donde la
izquierda tradicional ve pocas capacidades estratégicas nosotros vemos
microresistencias y fisuras de la dominación.
III. Olvidados
El campo, en el viejo régimen priísta, era el laboratorio de la
dominación e intervención estatal para mantener la hegemonía a través
del pacto corporativo. El ejido fue una herramienta radical de
apaciguamiento del México bronco, rebelde, que siempre se resistió desde
el campo. Poco antes de la llegada neoliberal, en México y especialmente
en el ámbito rural persistía un estado superinterventor, autoritario,
pero inclusivo, que si bien ordenaba las relaciones orgánico-comerciales
de la mayoría del campesinado, también otorgaba concesiones importantes
para mantener el control.
Hasta el momento que México viró sus políticas económicas, se había
logrado controlar relativamente a los poderes locales que basados en el
intermediarismo y el coyotaje absorbían las ganancias del trabajo rural.
Esto se había logrado a través de un vasto entramado institucional y
burocrático que ligaba orgánicamente a las representaciones campesinas a
instituciones estatales intermedias y a través de ellas al acceso al
crédito, la asistencia y en general la intervención estatal, que salvaba
al campesino del coyote, pero lo incluía en su red de subordinación y
corporativismo.
Pero aquí el reordenamiento de la acumulación ha sido devastador. El
neoliberalismo arrasó con esa enorme y compleja estructura de
intervención estatal abandonando al campesino mexicano a su suerte. La
contracción estatal en un sector donde su presencia era determinante ha
sido arrasador. Ha reaparecido – aunque nunca se fueron del todo- el
intermediarismo y el coyotaje pero a ello hay que sumarle el crecimiento
de las empresas multinacionales, alentadas por el Tratado de Libre
Comercio con América del Norte. El campesino queda atrapado entre esas
dos fuerzas, unas locales-regionales y otras globales –en muchas
ocasiones articuladas entre sí- en medio de la caída de los precios
internacionales de varios productos agrícolas. Estas dos fuerzas
asfixian al campesino en la comercialización; la contracción del Estado
le quita el oxígeno a la producción y el despojo de tierras a través de
programas como el PROCEDE o el PROCECOM es el tiro de gracia para el
campesino.
En medio de estas condiciones, sólo los campesinos que elevaron la
productividad al máximo, que lograron reducir sus costos de producción y
donde los precios se mantuvieron competitivos lograron salir adelante.
Estos son una minoría de alrededor del 5% de los productores rurales. El
resto han sido desplazados del mercado y las importaciones los han hecho
a un lado. El modelo antes inclusivo pero subordinador en lo político,
ahora es excluyente, pero supuestamente “liberador” en lo político:
bienvenido a la democracia.
La negociación para abrir mercados sacrificó a la mayor parte de la
producción mexicana y junto con ella a los campesinos mexicanos. El 29%
de los campesinos son pequeños y medianos productores ejidales y aunque
tienen el 65% de la tierra en nuestro país, es difícil defenderse.
Generalmente productores de granos, han sido desplazados por las
importaciones, muchas de ellas provenientes de Estados Unidos. El 55%
del campesinado es minifundista, poseedores de unas 2 hectáreas de
tierra en promedio, que representa sólo el 10% de la tierra. (SALINAS
2004) Deben, para sobrevivir, combinar su trabajo productor de
autoconsumo como jornaleros – o en otras actividades precarias- en
condiciones difíciles de trabajo y por ello la línea divisoria con el
precariado es sumamente permeable. Aunque se posea la tierra, vivir de
ella se ha hecho casi imposible. El modelo los arroja, expulsa y empuja
hacia el precariado, la migración, o a las actividades del narcotráfico.
Esto crea una
división estratégica. Los primeros, con mayor tenencia de tierra, tienden
a luchar en el ámbito de la comercialización de sus productos y por tanto
la necesidad de gestión frente al Estado para recibir apoyos es
fundamental; en medio de una larga tradición corporativa y delegativa,
organizaciones gremialistas – ligadas a la izquierda partidaria o del
priísmo anquilosado – la gestión, ciertos clientelismos y hasta la
utilización partidaria son comunes. El resto –la mayoría- son productores
de autoconsumo, con menor articulación de la organización. El trabajo
temporal, migrante o jornalero impide mayor organización campesina. Su
situación es tendencialmente más desesperada y más inorgánica. Para ellos
el olvido y el desprecio es lo común.
Esta diferencia crea una división entre pobres y paupérrimos que la
izquierda tradicional ni quiere ni le importa ver. Los segundos también
han sido abandonados a su suerte, con la explicación de la dificultad de
la organización y otros pretextos, que ocultan la estrategia de una
buena parte de la izquierda que no lucha si no hay dividendos, y que se
le olvida la injusticia y la pobreza si luchar por los que la sufren no
aparece en los medios y no les permite negociar posiciones políticas.
IV. La autoderrota.
"Eres libre", nos dicen los poderosos y sus gobiernos: "puedes escoger
entre el garrote o la zanahoria" (subcomandante insurgente Marcos)
A río revuelto…
La erosión del viejo control corporativo ha provocado el inicio de un
parcelamiento del poder piramidal al interior de la organizaciones
campesinas, obreras y hasta populares en las que se sostenía el viejo
pacto hegemónico. Una batalla interna, entre priístas de todos los cuños
por la conducción del aún pesado aparato es resultado de la
descomposición y de la disolución de la disciplina que venía de arriba
hacia abajo desde el presidencialismo.
Al igual que en la clase política, hay una disputa entre las elites
sindicales, pero sin reforma democrática alguna. Hemos visto en estos
últimos años la movilización de cañeros integrantes de la CNC, amenaza
de huelga de los petroleros, paros del Sindicato de Trabajadores del
Distrito Federal, rupturas al interior de las federaciones de burócratas
y hasta violencia entre corrientes de mineros y metalúrgicos. Una
batalla abierta por el control de los sindicatos y por las prebendas que
estos significan es fruto de la descomposición del sindicalismo
tradicional.
La división al interior de las cúpulas gremiales ha llevado a distintas
posiciones de cómo relacionarse con el Estado y con el resto del poder
de la clase política. En todos los casos, han surgido corrientes que
buscan acomodarse a las nuevas circunstancias y llegar a un acuerdo con
la nueva derecha presidencial. Otros, más astutos, saben que deben
mantener algún tipo de legitimidad frente a las bases trabajadoras y por
tanto deben orientar el discurso y la filiación partidaria hacia la
oposición. Se juega la representación de miles de obreros y el poder que
ello representa al negociar con el Estado.
La izquierda partidaria institucional, pero también una pequeñísima
izquierda ortodoxa por fuera de los registros oficiales esperan que esta
disputa les genere beneficios. Unos por votos y acuerdos clientelares,
otros para la acumulación de fuerzas propias. Esta estrategia pragmática
no quiere reconocer que la disputa cupular gremial es más una pelea por
poder que programática, una riña por el control vertical de los
representados y no un enfrentamiento por democracia en sus
organizaciones. El PRI y sus viejas organizaciones gremiales se están
desmoronando lentamente y estas izquierdas sólo esperan pacientemente a
cachar fracciones de poder, corrientes y líderes descontentos. Esta
estrategia incluye aceptar a líderes represores o corruptos, líderes
autoritarios y hasta asesinos, ligados a las mafias gremiales que por
años se incubaron en el viejo régimen. Mientras estas alianzas arriba se
llevan a cabo, abajo poco cambia con el control y la dominación
cotidianas de los
trabajadores. Algunos académicos e intelectuales incluso han intentado
justificar “teóricamente” esta estrategia pragmática, soslayando además
que las izquierdas que utilizan este desmoronamiento cupular son las más
utilitarias y en realidad buscan hacer crecer sus cuotas de poder en aras
de intereses sectarios , que buscan el control o –ilusamente- la
hegemonía dentro de su partido o en el movimiento fuera de él.
No estamos diciendo que cualquier desprendimiento del viejo gremialismo
sea sólo un proceso cupular o que quien se acerque a ellos puede perder
su “pureza” antisistémica – si es que esto existiera- . Lo que
intentamos hacer es desnudar el pragmatismo que en la izquierda
partidaria se maquilla de pluralismo ideológico al interior de los
gremios, y en la izquierda ortodoxa se disfraza de unidad de clase. Y
lo decimos porque esta estrategia mantiene divididas entre sí a varias
de las más importantes articulaciones a nivel nacional.
Y la división surge, porque a la hora de hacer sumas pragmáticas, la
izquierda utilitaria opta por aliarse a corrientes, gremios y líderes
que les den cuotas de poder y abandonan a precarios, desocupados,
jornaleros, a las pequeñas disidencias obreras y a campesinos
minifundistas y muchos más. Se trata entonces de una división en la
forma de hacer política: optamos por el pragmatismo y utilitarismo pero
que suma dividendos políticos, o elegimos trabajar abajo con los sin
voz, sin fama, sin poder y sin dinero, a pesar de que ello signifique,
muy probablemente no figurar en la “política real” de las dirigencias de
una parte del movimiento.
Cómo encausar la ira sistémicamente.
La relación con el Estado de los movimientos, resistencias y
organizaciones en México no es sencilla. Casi 80 años de mantener la
gobernabilidad a través de la incorporación sistémica deja una inercia
difícil de romper. El viejo régimen no se mantenía en pié sólo por su
capacidad represiva, sino esencialmente por su capacidad de cooptación e
integración a la relación Estatal-corporativa. Existe también, una
resistencia importante, acrítica y autocomplaciente para evaluar que una
y otra vez la incorporación en el aparato estatal desde los movimientos
ha terminado en autoderrota.
Durante las últimas dos décadas sendos movimientos antisistémicos y
democratizadores han surgido o bien para estrellarse en un muro de
represión, o bien disolverse con las zanahorias del Estado. La
perspectiva de la transición democrática y la incorporación al Estado a
través de las cámaras –por medio de la izquierda partidaria- de muchos
de los movimientos ha significado en la práctica un proceso de
desmovilización, desarticulación y hasta descabezamiento de muchas
expresiones de resistencia. En vez de seguir construyendo las fuerzas
locales, o mantener la autonomía frente al partido, las dirigencias han
priorizado la lucha electoral. La presencia de dirigentes en las
cámaras, en la Asamblea Legislativa o en los congresos locales, no ha
significado tampoco, ni de lejos, la transformación estructural a través
de reformas o políticas públicas influidas por la visión desde los
movimientos.
Un caso en extremo ejemplar ha sido el movimiento urbano popular y su
relación con el Partido de la Revolución Democrática, donde se subordinó
la organización social a la dinámica de partido. Esto ha provocado
desactivación de la dinámica del movimiento y su progresiva
partidización, convirtiéndose en los hechos en facciones partidarias. En
su relación partidaria estos grupos asumieron rasgos clientelistas y
corporativos, exigiendo cuotas de poder (cargos de representación
popular o partidarios) y atención preferencial a sus demandas. Es
decir, reprodujeron, dentro de los partidos de izquierda, las prácticas
que caracterizaban a las organizaciones populares vinculadas al PRI.
(RAMIREZ 2003)
Esta partidización en ocasiónes ha llevado al enfrentamiento entre sí
del movimiento urbano popular, en disputa desde distintas corrientes y
alianzas por cargos y representaciones populares. Este tipo de
estrategia hizo trastocar a un movimiento de abajo, popular y creativo
en organizaciones clientelares, osificadas y utilitarias.
En un caso sumamente distinto, un integrante del efímero movimiento El
Campo No Aguanta Más, que durante 2002 y principios de 2003 hizo parecer
que el movimiento campesino había resurgido de sus cenizas, reconocía
autocríticamente sobre el acuerdo con el Gobierno Federal varios
problemas: “en algunas organizaciones se dio prioridad a las cuestiones
político electorales y no se centraron en la concreción del acuerdo (…)
algunas organizaciones se orientan a negociar de manera tradicional y
así obtener recursos etiquetados de determinados programas (…) con
cierto pragmatismo…que optan por negociar con el gobierno sólo los
programas de apoyo y como al gobierno tampoco le interesa negociar
medidas de ordenamiento del mercado, todo se queda solamente en las
cuestiones relacionadas con apoyo a los productores. Muchos sienten que
fue una burla del Estado el no avanzar con el acuerdo para el campo. Por
el otro lado, tienen dudas del papel que jugaron sus organizaciones,
pues no
ven resultados concretos importantes.” (CELIS 2004)
No se trata entonces de si negocian o no negocian, de si votan o no
votan, sino de que hay demasiados casos de pérdida de la autonomía e
identidad de los movimientos o bien de casos trágicos de cómo se encausó
la energía del movimiento, que se disuelve en el entramado burocrático,
pierde su horizonte y sus prioridades antisistémicas, o incluso se
desarticula, al disolverse en medio de la dinámica sistémica
institucional. Al perder su proceso desde abajo, automáticamente las
estructuras organizativas pueden ser utilizadas pragmáticamente. Al
concentrar su energía en el Estado, las políticas públicas, la vida
partidaria, o la simple lucha electoral, muchos de estos movimientos han
sido incapaces de no ser arrastrados a la lógica sistémica, abandonando
la organización, la politización, la calle, la producción, la
articulación entre movimientos, la discusión de alternativas, …la lucha
pues.
La tortuosa relación de Estado y movimientos es, al menos, una discusión
abierta en México. Sin embargo la certeza -abiertamente ideologizada-
con que acuden ciertas franjas de los movimientos sociales a la
incorporación estatal, es, hasta ahora, un elemento constituyente de la
dominación en nuestro país. Esta vía en torno de la gestión, negociación
e incorporación estatal ha sido defendida hasta con los dientes por una
capa de la intelectualidad y la academia, que al pasar el tiempo y al
ser evidente la autoderrota, guardan prudente silencio sobre sus
consejos, asesorías y análisis. Esta estrategia mantiene profundamente
dividida a las articulaciones nacionales de los movimientos.
Fragmentación y desarticulación, clientelismo-corrupción, subordinación
y relativo poder obrero, exclusión y olvido, cooptación e incorporación
sistémica, son procesos que se yuxtaponen en un entramado que como una
enorme red de contención de la rebeldía se enlaza por todo el país,
apresando las potencias, la dignidad y la lucha: pero aún así, esta red
de dominación se desborda. Es incapaz de contener por completo lo que
adentro germina. Los procesos de dominación deben crearse y recrearse
una y otra vez. Mutan porque la resistencia los rebasa, cambian para
mantener la dominación. Los procesos de rebelión son fisuras en esa red
de dominación, muerte y explotación. Son procesos contradictorios,
impuros, heterogéneos, ambivalentes, paradójicos, difíciles de
catalogar y explicar. Se mezclan con los procesos de la dominación. Si
los separamos es para poder analizarlos. Algunos procesos-fenómenos de
cómo esa red de dominio se rasga por muchos lados, son los que
analizamos
brevemente ahora.
Resistencia.
Hemos dicho que el viejo régimen no colapsó, sino que inició un proceso
de erosión y decadencia desde hace tres décadas. Este proceso de
decadencia tiene que ver con la paulatina contracción del Estado en sus
funciones sociales integradoras, especialmente el cambio de políticas
interventoras que lo identificaban como un verdadero estado invasor, que
penetraba las relaciones de la sociedad civil, las volvía orgánicas y
enlazadas al poder central en una suerte de red jerárquica inclusiva
pero subordinante.[2] Sin embargo, la subordinación se basaba en las
concesiones otorgadas a los sectores, grupos y distintas franjas
sociales. Al retirarse progresivamente el Estado invasor-organizador
corporativo, el mercado invasor destituye las viejas relaciones del
Estado de bienestar, las identidades y colectividades que surgieron en
él. En la mayoría de los casos esto sólo ocasiona anomia, fragmentación,
caos y severos efectos sociales; provoca una crisis de los mecanismos de
cohesión social. Pero ahora diremos algo que no le gusta al pensamiento
de la izquierda más ortodoxa: la disolución o debilitamiento de las
funciones integradoras del Estado invasor príista, la reconfiguración
(que no desaparición) de su intervención ordenadora y dominante de otras
identidades y formas de organización social hace que muchas de ellas
puedan salir a flote, en algunas ocasiones como verdaderas alternativas
antisistémicas. Cuando el Estado clientelar retira sus funciones de
organización social, se libera(n) muchas de la(s) potencia(s) de abajo,
surgen las identidades y formas oprimidas y pueden comenzar a detener o
resistir la devastación que la dinámica capitalista lleva a todos los
lugares, a todos los pueblos, culturas, barrios, territorios y
comunidades. Sin la acción “mediadora” del Estado corporativo, crece la
disputa frente a frente de las resistencias, contra los señores del
dinero.
El fordismo y el estado de bienestar fueron el modelo de dominación de
la posguerra y el pacto corporativo la forma de dominación del viejo
régimen. Una parte de la izquierda añora regresar al viejo pacto, sin
reconocer que fue también un modelo de dominación – y de control de la
relación capital-trabajo-, que siempre dejó sendas capas sociales
excluidas –como los pueblos indios- y que fue posible sólo por
condiciones globales que ahora ya no existen.
Esta concepción sobre la idea del regreso de un Estado interventor,
benefactor, o al menos, más activo en la regulación de mercados, divide
a las resistencias: por un lado las que tienen una estrategia reactiva
que busca regresar o restituir las condiciones del viejo pacto social; y
por el otro, nuevos sujetos sociales, que han madurado en medio de la
creciente precariedad, que nunca vivieron dentro del pacto social
inclusivo o que nacieron en su decadencia y que una vez rota o
debilitada la mediación estatal corporativa y clarificada su función de
sostenimiento del mercado, reconocen como enemigo tanto a la dinámica
dineraria, como a la lógica centralizante y represiva del Estado. Dos
visiones distintas que suponen sujetos y estrategias distintas.
En medio de este contexto, múltiples resistencias surgen, se consolidan,
o están en un proceso de maduración. La verdadera transformación está
abajo, en sujetos sociales, antisistémicos o democratizadores y esta
depende de la organización, la resistencia y la liberación de la
potencia de los de abajo y no de reforma legal alguna. Depende de la
lucha, la creación, y los procesos de abajo, y no de formalismos
estatales osificados.
Estos procesos, a veces espontáneos, a veces orgánicos, visibles o
apenas perceptibles, están desatando fuerzas incomprensibles desde el
pensamiento de izquierda ortodoxo y también para la izquierda
tradicional partidaria. Son procesos profundos. Algunos de ellos son:
Exodo y rabia. El reordenamiento del trabajo ha provocado un éxodo
creciente de sur a norte pero también de la periferia al centro, que
incluye reorganizar la vida en los márgenes de las redes de producción
económica dominantes. La migración alrededor de las ciudades medias y
enormes va constituyendo periferias urbanas excluidas y marginadas. Esto
no es nuevo, pero lo nuevo es que el sentimiento de exclusión provoque
que franjas de sectores considerados plebeyos se rebelen. Jóvenes
aglutinados pero segregados socioespacialmente en las periferias
urbanas, están creando un segmento cada vez más dispuesto a luchar. De
forma espontánea e inorgánica, miles de jóvenes se unen a las luchas
con la rabia que provoca el desprecio sistémico que va desde las clases
altas y medias que los ven con incomprensión y repulsión, hasta la
academia y las direcciones políticas -que incluyen a la izquierda
tradicional- que los ven como impuros y salvajes, dispuestos a la acción
directa
incontrolada por las vanguardias y lo políticamente correcto. Estos
jóvenes, se supone, deben tragarse toda su anomia y su rabia y dejar que
avanzadas direcciones políticas tomen las decisiones. Pero estos jóvenes
se rebelan. Son los jóvenes de la periferia francesa, los jóvenes
piqueteros en el conurbano bonoarense, los jóvenes en la periferia del
Alto de Bolivia, los chavos que se enfrentan con la policía en Chile, la
banda en las barricadas en la periferia de la ciudad de Oaxaca controlada
por el digno movimiento de la APPO. El carácter lumpen de estos jóvenes y
de muchos nuevos movimientos asusta a las buenas conciencias, como
siempre a los medios de comunicación y alarma a la izquierda partidaria.
El éxodo y la rabia están creciendo en México.
Identidad como liberación. La intensificación de la acumulación que todo
vuelca hacia el mercado ha invadido esferas que antes se consideraban no
comercializables. Es una verdadera guerra de conquista que avanza sobre
todos los territorios reales, pero también los simbólicos y los
inmateriales. La mercantilización invade mentes, culturas y
subjetividades. Pero aún ahí, hay resistencia. A pesar de que la
identidad ha sido vista generalmente como opresiva, para resistir,
pueblos e individuos la empuñan como defensa. ¡aquí no!, parecen decir
comunidades y personas. No sobre nuestro pueblo, no sobre mi cuerpo.
Así, la identidad recuperada o la recreada para enfrentar la
homogeneidad, la identidad de consumo y la futilidad de un modelo de
hombre y mujer deseados por el capital son la última reserva, el último
refugio para resistir. La identidad, se trastoca en liberación, en
pequeño territorio imaginario liberado. Por ello, muchos movimientos de
desposeídos, defienden con una
radicalidad impresionante lo único que tienen: su identidad, y con ello
aparece una lucha feroz: la lucha por la dignidad.
Clases medias radicales. Por todo el planeta, pero también en México,
los hijos de las clases medias del viejo fordismo accedieron a la
educación. Una pequeña pero significativa franja de clases medias,
heredera del rompimiento del 68, pero influenciada por la rebelión
global de género y raza, sensibilizada por la tendencia destructiva del
planeta, que ha nacido, crecido o madurado con la influencia de los
nuevos sujetos sociales, en nuevas realidades posfordistas está creando
una franja minoritaria, sumamente creativa, con cierta capacidad de
organización que está luchando, creando y aliándose con los de abajo.
La década de los 90 en México significó un severo rompimiento de la
subjetividad en varias capas sociales, que se volcaron a la
participación y la organización como un actor emergente. En estas clases
medias radicalizadas crece el peligro del autoconsumo, el
fundamentalismo y el purismo, como reacción lógica para alejarse de los
parámetros viejos y esquemáticos
de los viejos movimientos sociales, de los partidos y del Estado. No son
solo jóvenes, sino una oleada de participación que se constituyó una vez
caído el muro de Berlín, por FUERA de la oscura experiencia centralizante
de la izquierda ortodoxa. Su importancia es creciente pero los peligros
que las consumen son igual de grandes.
Despojo y territorio. La nueva etapa de acumulación se dirige
peligrosamente a las últimas reservas de tierras, territorios, bosques,
agua y los ecosistemas en su conjunto. Acumular y crecer de forma
infinita en territorios y recursos finitos arrasa culturas, pueblos y
comunidades que dependen de ellos, viven sobre ellos o cerca de ellos.
La dominación territorial sin embargo atiza a excluidos, marginados,
precarios u olvidados. Si se excluye del control de los recursos
marítimos, ahí los pequeños pescadores se organizan. Si se intenta
arrebatar la tierra, el campesino y los pueblos indios responden. Si el
megaturismo desea controlar los paraísos naturales, ahí las comunidades
que los habitan salen a defenderlas. Si las corporaciones destruyen,
contaminan, roen, ahí mismo surgen organizaciones vecinales, barriales,
civiles, dispuestas a no ser destruidas en la muerte lenta que la
fabrica, la contaminación o la decisión estatal les trae.
Pero cuando estos sujetos-movimientos se dan cuenta que no sólo
resistiendo detendrán la lógica de destrucción y muerte que acarrea la
acumulación, comprenden que -excluidos del trabajo formal y enfrentados
con el Estado que apoya el despojo-, deben organizarse desde el ámbito
natural donde resisten: el territorio. La consigna la nueva fabrica es
el barrio (o la comunidad, dicen algunos) que en otras latitudes ha
orientado la resistencia y la organización, llega entonces como un nuevo
horizonte de lucha. El territorio (el barrio, la comunidad) se vuelve el
espacio de lucha donde no solo se resiste sino desde donde se intenta
desarticular todas las relaciones de dominio. Estos nuevos
movimientos-sujetos, muy pronto se dan cuenta que no sólo hay que
resistir al despojo, sino organizarse para el autogobierno de su
territorio y de sus recursos –cuando los hay-; que se necesita entonces
de la organización desde abajo y que se requiere de romper con la
concentración del poder
que hay en los medios y con la desinformación y por tanto hay que crear
radios libres, comunitarias o alternativas. Muy pronto en la lucha, se
dan cuenta que ellos mismos están atravesados por la dominación y por
tanto hay que empezar a hablar y trabajar sobre el papel de la mujer. La
lucha, si continúa, y no es destruida por la represión, va enseñando que
hay que crear procesos formativos y educativos propios, frente a los
evidentes límites de la educación tradicional que no enseña a los hijos
los derechos, ni a respetar al distinto, ni la historia local, ni por su
puesto, a luchar. El territorio, el barrio, la comunidad se vuelve el
espacio de transformación y resistencia a la vez. Trinchera y organismo
de lucha. Cuartel y espacio liberado. Barricada y laboratorio para
cambiar al mundo.
Indios. La emergencia en México de los pueblos indios, no sólo como
movimiento social, sino como sujeto político, es un llamado profundo que
como lento y poderoso eco va impactando al resto de las resistencias. Su
influencia va mucho más allá de lo que intelectuales e izquierdas
pragmáticas les gusta reconocer. Los pueblos indios, a veces invisibles,
a veces con profundos procesos de reconstitución, otras más luchando y
construyendo la autonomía son un poderoso referente que deja ver algo de
lo que sería la vida sin capitalismo. Un aporte que incide en la visión
de franjas de los movimientos es su poder colectivo basado en la
comunidad, en un fino tejido que muchos movimientos añoran, pero que en
perspectiva, enseña que los pueblos pueden tomar la rienda de su vida en
sus manos. Que incluso los más pobres entre los pobres pueden
organizarse si se hace en un nosotros que destituye y desarticula
lentamente viejas formas de opresión, constituye lo mejor de las formas
cooperativas y solidarias de lo colectivo, y echa a andar una potencia
común que genera y crea nuevas prácticas y relaciones sociales. Ahí, en
espacios controlados por los pueblos indios, germina, lentamente, un
nuevo mundo.
Para la izquierda ortodoxa indios, precarios, lúmpenes y colectivos
radicales son una incomodidad. Supuestamente su corazón está con ellos,
pero a la hora de hacer cuentas pragmáticas, estos procesos y sujetos no
suman en la “correlación de fuerzas” y por tanto un consecutivo
desprecio como política frente a ellos se consolida. Por eso los
movimientos también están divididos, porque la izquierda más ortodoxa y
tradicional prefiere movimientos más controlables, liderazgos con los
cuales fácilmente aliarse y negociar, fuerzas más visibles y mediáticas.
En suma, quieren más poder. Y estos sujetos, sin poder, sin fama, sin
dinero no son nada atractivos para las cuentas utilitarias de una
izquierda que suspira por un movimiento obrero casi inexistente o por
gloriosas movilizaciones que los empujen hacia la dirección política de
“las masas”. Por ello hay división, porque en su política de desprecio y
pragmatismo estos nuevos sin voz y sin rostro luchan desbordando sus
ortodoxias. Para la izquierda partidaria, hace mucho que estos
sujetos-procesos no existen. Emocionados con los recursos que otorga el
Estado miran y se miran como el centro de lo político. Los de abajo poco
o nada importan en su espejo de poder.
Sin embargo, indios, precarios, marginados, superexplotados, jornaleros,
pueblos, excluidos, comunidades, jóvenes y mujeres en lucha son un fino
bordado que por toda la nación, en todos los rincones del país resisten
y a la vez constituyen fisuras de la dominación. Si se mira de lejos la
construcción y la estructura de la dominación, esta parece incólume,
impenetrable. Pero si uno mira, muy de cerca, afinando la mirada, pero
también el pensamiento, mirando, –a contrapelo diría Benjamin – uno
puede ver las innumerables grietas de la dominación. En todas ellas ese
mundo por el que luchamos ya existe. Ya no es un proyecto ni un programa
sino múltiples realidades, aunque sean pequeñas e incipientes, frágiles,
débiles, embrionarias. Nuestra tarea debería centrarse en defender esas
experiencias y fortalecerlas para que crezcan. Pero no sólo. Debemos
replicar, multiplicar, expandir esas experiencias. Y debemos hacerlo no
sólo en el mundo rural, no sólo en el mundo indígena.
Debemos hacerlo desde nuestras ciudades, desde nuestros barrios, desde
nuestros lugares de lucha. En esas fisuras, que no son sólo nacionales,
ni mexicanas, reside la posibilidad de la construcción de un mundo otro.
En ellas se desarticula la dominación y aunque sea por un instante, como
cuando un relámpago alumbra momentáneamente la oscuridad, permiten ver la
fragilidad de la dominación y un poco de lo que sería un mundo sin
capitalismo. Quienes centran su atención, su esfuerzo y energía en los
fetiches del poder tienen un camino. Quienes vemos que concentrar toda
nuestra creatividad, nuestra imaginación, nuestra lucha y nuestras manos
con los de abajo y a la izquierda es la tarea primordial y urgente,
tenemos otro. Porque, también nos diferencia la urgencia con la que
deseamos y necesitamos oponer al caudal de muerte en el que nos sumerge
el capitalismo la insubordinación y rebeldía con la que se abre la vida y
la dignidad.
Esas fisuras, son espacios donde se deconstruye el pensamiento
dominante. Donde se desordenan las relaciones de dominación. Son
espacios donde vemos algunas señales de cómo sería una nueva educación,
nuevas relaciones de intercambio y de comercio, formas experimentales de
producir cultura e información y lo más importante, formas nuevas de
poder colectivo. En esas experiencias, pero también en muchas otras en
todo el planeta, no hay distinción entre luchas políticas y sociales,
entre luchas materiales y culturales. En esos espacios se ha empezado a
derrotar el poder simbólico que mantenía atados a los grupos
subalternos.
Pensamos que esas grietas, esas fisuras, esas islas de liberación pueden
crecer, pueden articularse. Podemos, como dice el Subcomandante Marcos,
hacer de nuestras islas una barca para ir a encontrarnos. Una fisura que
se reúne con otra puede provocar que se desmorone una parte del muro.
Cientos de pequeñas grietas, enredadas entre sí, de muchas formas, de
muchos tamaños podría quizá, tal vez, derrumbar y hacer estallar al muro
por completo.
No lo sabemos con certeza. Quizá valga la pena intentarlo. Quizá sí hay
algo mejor detrás del muro. Quizá sea ese otro mundo, que decimos es
posible. Quizá sean el camino hacia el mañana.
Marzo del 2007.
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[1] Enrique Pineda es egresado de la carrera de sociología,
integrante de jóvenes en resistencia alternativa. organización
adherente a la Sexta Declaración de la Selva Lacandona e integrante
de la Otra Campaña iniciativa del EZLN.
[2] Hablamos aquí en estricto sentido del régimen priísta. Nos parece
que la función estatal, en general penetra las relaciones sociales y
estamos inmersas en ellas. Sin embargo, el Estado en el régimen
corporativo TAMBIEN reordenaba íntimamente estas relaciones
organizativas en un mecanismo de inclusión-subordinación al
presidencialismo a través del partido oficial y sus redes
clientelares.